En cierta ocasión, el filósofo griego Platón escribió lo siguiente: «Al contacto del amor, todo el mundo se vuelve poeta». Claro, hay que tener en cuenta que para el maestro ateniense el amor no solo consistía en la profunda emoción que un humano puede sentir por otro (o por un animal, o por un lugar o un país), sino que era algo más. Su filosofía se estructuraba en torno a la convicción de que, por encima de este mundo cambiante e imperfecto, existía un mundo eterno estático y perfecto compuesto por lo que denominó «ideas», mundo que de algún modo sirvió de ejemplo para el hacedor. Eso sí, nosotros, los humanos, vivimos entre ambos mundos, ya que, según Platón, nuestra alma procede de aquel mundo de las ideas. Así, además del amor interpersonal, existía el amor entendido como el éxtasis que el humano consciente experimenta al conocer que hay algo más allá de lo físico, amor que le lleva a reconciliarse con el mundo, con los otros y consigo mismo, pese a que ese otro mundo ideal solo será accesible tras la muerte.
Sería, en resumidas cuentas, algo parecido al amor extático que vivián las grandes místicas cristianas o los iniciados budistas. Un amor espiritual, pleno, catártico, vivido y eterno, pero hacia algo inalcanzable. De ahí, estimado lector, aquello de «amor platónico».
Así pues, para Platón, los poetas eran aquellos que habían tenido la tremenda fortuna de ser rozados en alguna ocasión por este particular amor. Y yo, que no soy poeta, pero amo a los poetas —tanto como les envidio—, estoy de acuerdo con él, ya que tengo la firme convicción de que son personas que ven mucho más allá de lo que los simples mortales somos capaces de ver. Y no solo lo ven y lo sienten, sino que son capaces de transmitir sus emociones y sus percepciones con palabras; y por si fuera poco, con bellas palabras.
Un ejemplo perfecto lo tenemos en este bellísimo poemario de Alazne Martínez Romero, Estrellas titilantes a babor, publicado recientemente por Editorial Círculo Rojo, a medio camino entre la poesía clásica, en modo de soneto, y la rima libre —lo que evidencia su excelente dominio del género—; una antología que, precisamente, gira en torno al amor, entendido de un modo amplio y en todas sus manifestaciones, lo que incluye, claro está, al desamor y el amor imposible, el (aún) no correspondido, el amor platónico. ¿Qué seríamos sin amor? Nada, la vida, al final, se reduce a eso. «Si te tengo, resucito», nos escribe la poetisa. «Para qué quiero eternidad tardía sin ti? Dios entenderá de que le hablo». No se puede explicar mejor.
Pero, con el amor como telón de fondo, como andamiaje, como constante, también nos habla Alazne Martínes Romero de la siempre presente melancolía, de la siempre necesaria imaginación, del socorrido silencio, de la maldita soledad no elegida, del desgarro de las almas rotas, de la honestidad y la valentía, de las tristezas y alegrías de este mundo tan extraño e inaprehensible, de la muerte inevitable que cercenará nuestras vidas.
Nos habla de los besos de absenta, de la quietud del presente continuo, de los niños que chapotean en las olas, de las guitarras compañeras, de los espíritus perdidos de los poetas, de las canciones que amamos, del perfume del viento, de los búhos que reinan en las noches, de la ropa en huelga, de los deseos insaciables, del cálido vapor del café caliente, de los sueños desenterrados, de las noches de verano, de los tejados llenos de estrellas, de las insinuantes rosas, de los meteoritos enfadados, de las pasiones devastadas, de los campos de ruiseñores en concierto, de las emociones que matan, de las decepciones que nutren, de los amigos a los que disecó un desamor, de los lúgubres metrónomos, de los necios relojes que avanzan, y avanzan, y avanzan…
Y también dedica algún que otro poema a este noble arte de enlazar versos, rimas y metáforas, a la diosa poesía que desde su atalaya observa, aprehende y reconstruye el mundo, y sus secuaces, los poetas, las poetas. Sirva este estrofa de ejemplo de su grandeza:
Perdida en el desierto de la prosa
quise reivindicar el corazón,
el lugar de la poesía amorosa,
¡noche, luna, bohemios y pasión!
En definitiva, Alazne nos invita con sus poesías a que amemos; a que dejemos para mañana la cordura, a que cantemos, riamos, lloremos y vivamos esta vida, «este sueño, estas pequeñas cosas».