Uno podría pensar que el lector compulsivo está tan acostumbrado a leer que en muy pocas ocasiones se sorprende con un nuevo libro. Pero no es así. Al contrario. Leer no produce tolerancia, aunque sí que aumenta el umbral de lo que se considera bueno o malo, o regular, siempre desde una perspectiva subjetiva, personal e intransferible. Pero, por mucho que uno lea, de vez en cuando llega una obra que desde sus primeras páginas le atrapa y le conduce inexorablemente a devorar todas y cada una de sus letras. No exagero si digo que esto sucede con este libro… La chica del cuadro, la primera novela del autor barcelonés José María Vallverdú Perapoch (1957), recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo, una fascinante historia de intriga con una preciosa historia detrás.
El protagonista es Alejandro Montes García, «Alex», un señor de 53 años que, tras pasar varias décadas y prosperar en Estados Unidos, a donde emigró en 1975, tras un matrimonio que terminó rompiéndose y tras tener varios hijos, decide regresar a Barcelona, su ciudad natal. Allí, en un orfanato situado en las laderas del Tibidabo, pasó toda su infancia. Nunca supo quiénes habían sido sus padres ni por qué estaba allí. Pero allí fue feliz y conoció al que sería su amigo del alma, Xavi, con el que se vuelve a encontrar tras su regreso.
Una vez en la Ciudad Condal, se aloja en una vieja vivienda, situada también en el monte Tibidabo, que había pertenecido a una misteriosa familia suiza. Allí se topa con algo que cambiará su vida para siempre: un cuadro de una chica de tremenda belleza que le cautiva y le llega a obsesionar. ¿Quién es la chica del cuadro? ¿Quién lo pintó? En busca de respuestas a estas preguntas se lanza a una fantástica búsqueda, con la ayuda de su hijo Michael y de sus amigos, que le llevará descubrir una historia tan bonita y romántica como terrible que guarda mucha relación con aquella familia suiza, con sus orígenes y con su verdadera identidad.
Y hasta aquí puedo leer, claro. Ya me gustaría destripar la novela y seguir contándoles cómo evoluciona esta fascinante trama, pero, como comprenderán, no puedo hacerlo. Si quieren saber más, tendrán que hacerse con un ejemplar de esta extraordinaria novela de intriga… pero también de amor, claro. Y este es el primer aspecto que destacar: el autor, José María Vallverdú Perapoch, cuya primera novela, sorprendentemente, es esta, navega a la perfección por ambos géneros, intrigando al lector y haciendo que se una a la obsesiva y particular búsqueda que emprende el protagonista, llena de intriga, vericuetos y casualidades, y haciendo que viva con pasión la dura pero preciosa historia de amor que tuvo lugar varias décadas atrás y que guarda estrecha relación con el misterio que nos ocupa. Ya me gustaría contarles en qué consiste esta subtrama que está en el epicentro de La chica del cuadro, pero…
Otro aspecto que merece la pena destacar de forma especial es la habilidad del autor para construir a sus personajes y hacerles creíbles, dotándoles de una historia y mostrando un amplio y detallado estudio de sus pensamientos, sus inquietudes y su mundo interior. Se trata de personajes, complejos, vivos, poliédricos y muy sugestivos. En definitiva, de personajes posibles, como dijo una vez Unamuno. Esto contribuye a que se produzca algo esencial en las novelas de intriga —y en las novelas de amor—: el lector desde un primer momento empatiza con el protagonista, con su búsqueda, como posteriormente empatizará con otros personajes que no puedo desvelar. Esto ayuda a que se introduzca en la trama de un modo tan inmersivo que no podrá parar de leer hasta que todos los hilos argumentales se cierren y se descubra la verdad.
Además, la prosa de José María Vallverdú Perapoch brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro.
Por supuesto, la creación de suspense y de un clímax in crescendo que estalla al final se benefician de otra herramienta habitual de los novelistas de historias de suspense que nuestro autor desarrolla a la perfección: la dosificación de información. Poco a poco, de la mano del protagonista, vamos conociendo la verdad que busca, como si se tratase de la imagen de un gigantesco puzle que solo podemos apreciar cuando tenemos todas las piezas. Por supuesto, esto implica manipular al lector, pero en eso consiste el suspense. Lo curioso es que en este caso, como podrán comprobar, el que manipula realmente al lector, el que cuenta la historia, no es exactamente quién pensamos, sino…
En resumidas cuentas, una novela brillante, muy cinematográfica, adictiva y que hará las delicias de los amantes de la literatura de misterio y, por supuesto, de todos los lectores que se atrevan a adentrarse en su fascinante historia. Muy recomendable.
PD. No se pierdan el impresionante giro final que se produce en la última página… El que avisa no es traidor.