Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia es de un capítulo de una serie de televisión absolutamente perturbador. Contaba la historia de un señor obsesionado con la lectura, tanto que se pasaba el día leyendo cualquier texto que estuviese a su alcance, para malestar de su esposa, que no soportaba esa manía del marido. Pero, de pronto, tiene lugar una catástrofe global —no recuerdo exactamente qué—, de la que nuestro protagonista se libra por fortuna, ya que se había quedado encerrado en la caja fuerte del banco en el que trabajaba. Al salir, descubre que todos han muerto. Está solo. Pero, en vez de desesperar, se muestra extraordinariamente contento: sí, está solo, pero tiene todo el tiempo del mundo para leer, y lo que es más importante: todos los libros que quiera. Pero el destino es como es… y cuando se dirige, lleno de alegría, al destruido edificio de la biblioteca, tropieza, se cae y se le rompen las gafas… de leer.
La serie en cuestión es, sin duda, alguna, uno de los grandes hitos de la historia de la televisión: The Twilight Zone, conocida en España como La Dimensión Desconocida, una obra maestra de la ciencia ficción y la fantasía creada por el simpar Rod Serling, que a la vez ejercía de narrador y de maestro de ceremonias. Sus tramas se caracterizaban por sus finales inesperados, por contar con acertadas moralejas y, sobre todo, por la muchísima mala leche que vertía Serling en sus guiones. Y por algo más: todas las historias parecían suceder en una zona intermedia entre la realidad y el mundo de la imaginación y los sueños, en la «zona crepuscular», traducción exacta del título al castellano. La propia entradilla de la serie lo dejaba claro: «Abramos esta puerta con la llave de la imaginación. Tras ella encontraremos otra dimensión, una dimensión de sonido, una dimensión de visión, la dimensión de la mente. Estamos entrando en un mundo distinto de sueños e ideas. Estamos entrando en la dimensión desconocida».
Pues bien, nada más comenzar a leer el libro que pretendo reseñar en esta ocasión, La noche invisible, una magnífica antología compuesta por veinticinco relatos del escritor Juan Alcaraz Ladrón de Guevara, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo, percibí que estaba ante un heredero espiritual, lo sepa él o no, del gran Rod Serling; como podrán comprobar si leen la obra, esto se debe a su capacidad para construir las distintas y variadas tramas, para despertar emociones en el lector y arrastrarle a que devore con pasión las hojas de su libro; pero también a que comparten en la distancia temporal una misma forma de ver la realidad.
Como comenta el propio autor, esta fantástica colección de relatos es consecuencia de una experiencia de parálisis del sueño que él mismo vivió y que se manifiesta transversalmente en toda la antología. Los que han vivido alguna vez algo así saben que puede ser algo realmente terrorífico, sobre todo si a la parálisis corporal momentánea se suma alguna visión onírica.
De hecho, esto, la parálisis del sueño, es el nexo en común que tienen todas las historias que no ha regalado Alcaraz en esta antología. Además de jugar con esta experiencia en algunos de sus narraciones, no duda en adentrarse en el mundo de los sueños —o en la isla de los sueños, como diría el autor— y llevar a sus personajes a vivir experiencias y sensaciones muy sugerentes e interesantes.
Pero no piensen que se trata solo de relatos de terror o fantasía. Sí, los hay, pero no todos. Algunos narran historias cotidianas que terminan complicándose, otros son historias de amor, o de desamor, incluso hay algún relato breve de tono más bien filosófico y reflexivo, o contemplativo.
Pero todo con ese tonillo, con ese regusto, que le empareja con la serie de Rod Serling. Es más, si me apuran, ambos parecen beber, lo sepan o no, de una idea que marcó el terror gótico alemán durante el romanticismo, aquello que el filósofo Friedrich Schelling denominó como unheimlich, que se podría traducir como «extrañeza inquietante» y que este idealista pensador definió como «lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado». Lo ocultado, lo escondido, que de vez en cuando se muestra, provocando desasosiego, confusión y pavor. Pero ese espanto atávico no se muestra en lo excepcional, sino en lo cotidiano, de ahí que los protagonistas de Alcaraz, y de Serling, sean generalmente personas corrientes y mundanas que se enfrentan, casi siempre sin venir a cuento, con la aparición, con la manifestación, de algo anormal dentro la cotidiana normalidad. Son víctimas —o cómplices— del unheimlich.
Desde una perspectiva puramente formal podemos destacar varios aspectos: el uso de distintos narradores, con sus diferentes características y complejidades; la construcción de sus personajes, ricos, elaborados, complejos, creíbles, diversos, y con mundos interiores perfectamente trabajados y detallados; el uso de lo que el gran Edgard A. Poe denominó «unidad de efecto», es decir, la idea de que un relato corto debe centrarse en lo se quiere narrar, sin añadidos que entorpezcan la narración y hagan que el lector se disipe; o la capacidad de síntesis, esencial en un buen creador de relatos breves, que le permite contar muchas cosas con muy pocas palabras.
Por supuesto, no puedo revelar demasiado de lo que podrán leer si se hacen con un ejemplar de La noche invisible, pero sí que me gustaría comentar brevemente los relatos que, desde mi particular y subjetiva perspectiva, me han llamado especialmente la atención. He elegido tres de los veinticinco que componen esta antología; ¿el criterio? Ninguno. Cuestión de gustos. Para mí, representan a la perfección la grandeza de esta obra y de este autor.
El primero se titula El camino del cosmos. Su narrador, un niño de doce años llamado Tarik, nos cuenta desde el más allá cómo fue su muerte, además de describirnos el inquietante lugar en el que vive, un pueblo apartado del resto del mundo y gobernado por una fe absolutamente irracional y terrible…
El segundo es La ventana, una maravilla de historia, muy poeniana, protagonizada por una anónima escritora y pintora que toma una decisión trascendental: acabar con su vida atravesando la única ventana que existe en la habitación en la que vive, la ventana desde la que contempla un mundo que le atrae, que analiza, pero que se reduce a la gente que ve pasar y a un olmo viejo…
Y el tercero se titula Triángulo vicioso. La trama es tremenda: un narrador anónimo expone en primera persona sus terribles circunstancias. Tras ser secuestrado cinco años atrás, junto a su hijo, ansia por saber algo de él. Ni siquiera sabe si vive. ¿El motivo del secuestro? Una novela, su novela sin acabar, que su captor quiere para sí. Así, a cambio de que la termine y de que permita que el secuestrador la firme, conseguirá su libertad, y la de su hijo… Pero no toda sale como esperaba…
En resumidas cuentas, La noche invisible es una antología absolutamente recomendable que hará las delicias de los aficionados a los relatos cortos, un género que, por desgracia, no se respeta demasiado, y que, sin embargo, para algunos, entre los que me incluyo, representa el sumun de la literatura. No duden en hacerse con un ejemplar.