Pese a sus evidentes diferencias, los poetas y los filósofos tienen algo en común: son capaces de adentrarse en el interior de eso que podríamos llamar genéricamente como «lo humano», aprehender lo que allí encuentran y analizarlo desde sus particulares y propias perspectivas. Ahora bien, la clave, la eterna pregunta a lo que ambos llevan siglos intentando responder, sigue ahí, sin respuesta: ¿qué es «lo humano»? Los filósofos, ayudados en los últimos tiempos de sus primos hermanos sociólogos, psicólogos y antropólogos, siguen en el empeño, intentando demostrar que, en efecto, hay universales que todos compartimos en mayor o menos grado. Los poetas, aunque tampoco tienen muy clara la respuesta, no se preocupan. Igual no saben definirlo, pero saben qué es: lo exclusivamente humano, lo que todos compartimos, no son los sentimientos ni las emociones, ya que otros animales los/las tienen; sino la autopercepción de ese mundo interior habitado que todos tenemos, la conciencia de que somos seres sensibles con emociones, y de que todos los somos, vivamos donde vivamos.
Así, desde esa perspectiva, se podría decir que los poetas se encargan de exponer a sus lectores su mundo interior y les lleva a tomar conciencia del suyo propio, como si les pusiese un espejo delante en el que pudiesen ver su interior reflejado.
Un ejemplo perfecto de esto que les cuento lo podemos encontrar en la extraordinaria, reflexiva y sensible obra Los posos del café o el largo camino de vuelta a casa, del autor Jota Barahona, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo.
Se trata de una antología poética, aunque también incluye muchos textos en prosa, centrada en esto que comentaba antes, lo humano. Sin entrar en mucho detalle, ya que serán los lectores los que tengan que abrir las puertas y desvelar el contenido de esta obra, Jota Barahona, a través de sus versos y sus párrafos, realiza un viaje doble: por un lado, se adentra en el interior de su alma para encontrarse a sí mismo, analizarse y regresar para explicarnos quién es, aunque sea de una forma sutil y abstracta; en un acto de tremenda generosidad, característico de los buenos poetas, nos enseña su alma y, de camino, nos invita a que encontremos la nuestra. La soledad, el dolor interior, el quejido, el llanto ante la traición o el desengaño, las luces y las sombras, la incertidumbre, la náusea existencial, la muerte, la vida, el tiempo que se escapa entre las manos… De todo esto nos habla cuando se mira a sí mismo.
Por otro lado, sale de sí, de «la celda de su organismo», en sus propias palabras, y viaja al exterior para enfrentarse a aquellos que Sartre consideró que eran el infierno: los demás, los otros. Y es que eso somos. Individuos complejos, poliédricos, con un mundo interior más o menos rico, con nuestros duelos y nuestros quebrantos, pero también nuestras dichas y sonrisas; pero, a la vez, somos relación, somos uno más entre otros muchos, y en torno a esa cuerda que se tensa y que lleva del individuo a la sociedad, a esa relación a veces difícil, a veces calmada, construye un montón de reflexiones más o menos veladas sobre temas tan humanos como el amor y el desamor, la amistad, el papel del individuo en el medio social, las máscaras que nos ponemos para protegernos, la alienación, el ocio, las drogas, o la extraña forma de vida que hemos creado para estas primeras décadas del siglo XXI.
De todo esto y de mucho más nos habla Jota Barahona en este precioso, reflexivo, agudo e introspectivo libro; un libro construido desde el subsuelo desde el que nos miran los poetas y los filósofos, con su característica mirada distante pero capaz de atravesar la carne e introducirse en el fondo más profundo de cada uno de nosotros; la mirada del loco cuerdo que se sorprende ante un mundo que no conoce, o que, quizás, conoce demasiado bien.
En resumidas cuentas, una obra total y absolutamente recomendable, que, para más inri, cuenta con un sensacional apartado gráfico.
Están tardando en hacerse con ella. No se arrepentirán.