«No perdamos nada del pasado; solo con el pasado se forma el porvenir», dijo en cierta ocasión en gran escritor galo Anatole France. Esta máxima —muy parecida a aquella de «los que no conocen su historia están condenados a repetirla», atribuida a varios ilustres famosos— muestra a la perfección lo que llevó a muchos, entre los que me incluyo, a estudiar historia. El ser humano es lo que es —sea esto lo que sea— gracias a tres facultades impresionantes: la memoria, el lenguaje y su afición por contar historias. Gracias a esto hemos transmitido de generación en generación experiencias, conocimientos e ideas. Y hemos hecho historia, en todos los sentidos de la expresión. Pero la historia no es solo la narrativa de las grandes gestas del pasado. Existe también una historia pequeña, mundana, cotidiana, que enlaza generaciones y ofrece raíces a los que viven en el presente. Esto es mucho más importante de lo que parece, aunque no siempre se aprecia en su verdadera dimensión. Y no se trata de mantener tradiciones ni de añorar pasados con nostalgia, sino de rendir tributo a la memoria de nuestros antepasados, especialmente cuando nos ofrecen una historia que contar.
Memoria, lenguaje y esa curiosa afición por contar historias. Gracias a eso estamos aquí. Y gracias a esto podemos disfrutar de esta extraordinaria novela, Trincheras de hielo y vino, escrita por María de las Nieves Fernández Céspedes y publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo, en la que se desarrollan con maestría esos tres factores de los que hablaba.
Por supuesto, no es mi intención desvelar más de lo necesario de la trama de esta obra, aunque sí me gustaría ofrecer algunas breves pinceladas.
La protagonista es Nina —Saturnina, aunque eso se descubre una vez avanzado el libro—, una mujer de buena posición económica, entregada a su trabajo, pero también a una vida de excesos, fiestas y sexo, tanto con hombres como con mujeres. Por otro lado, su carácter es frío y duro, al menos de cara a los demás. Quizás esto se deba a que en un momento determinado de su vida, veinte años atrás, tuvo que dejar todo atrás y construirse de nuevo… en Vancouver. Además, es aficionada a la lectura, que en sus peores momentos le sirvió de escape.
Tiene un hermano, Teo, una persona conformista y normal, sin grandes ambiciones, pero feliz; el único miembro de su familia con el que aún tenía relación. De hecho, para Nina, su familia era Roy, su mejor amigo, socio de su empresa de arquitectura, con el congeniaba a las mil maravillas.
Aquí se abre el primer punto de suspense importante: el pasado de Elsa. ¿Qué le llevo a cambiar drásticamente de vida? Por supuesto, tendrán que leer Trincheras de hielo y vino para averiguarlo.
A partir de este punto la trama se abre con la entrada en acción de un millonario metido en asuntos turbios, una fusión empresarial que se complica… y algo que le obliga a regresar a su país de origen, España, exactamente al pueblo manchego de Fontanillas del Rey. Allí se reencontrará con su pasado, con ella misma y con algo que provocará un giro importante en la novela: un antiguo diario de sus bisabuelos.
Y hasta aquí puedo leer.
Hay que destacar varios aspectos de Trincheras de hielo y vino. En primer lugar, la capacidad de María de las Nieves Fernández Céspedes para construir una complicada trama a partir de un sustrato real: la parte que tiene lugar en el pasado, en España. Se trata de la historia real de los bisabuelos de la autora, Santiago y Elisa, cuyas memorias, que encontró por casualidad, como Nina, le sirvieron de inspiración.
Al margen de esto, desde una perspectiva puramente literaria, la autora muestra con su grácil y concisa pluma maneras de gran escritora, tanto en la creación y evolución de sus personajes como en la confección de tramas y en el dominio del suspense y la intriga. Como debe ser en una buena novela, los personajes se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos, cambiantes, poliédricos y llenos de historia.
Pero también es una novela de espacios: del mismo modo que construye a sus personajes con la fina y metódica precisión de un cirujano literario, los enmarca en un contexto determinado que, como es lógico, influye tanto en la historia como en los propios protagonistas. En este caso, los espacios —la Vancouver glamurosa o elitista o el pequeño pueblo de La Mancha del que remanece Nina— son tan protagonistas de la historia como los propios personajes. Esto puede parecer fácil, pero todo aquel que se dedica a las letras sabe lo complicado que es conseguir que el lector sienta de verdad que está donde el escritor quiere que esté. Esta autora lo consigue, y logra que el lector se meta en la piel de Nina, que sienta como propia su aventura y que empatice con sus motivaciones. Todo un logro.
En resumidas cuentas, una novela extraordinaria que hará las delicias de los aficionados a las buenas tramas, a las historias con personajes complejos y nada maniqueos y a las tramas que giran en torno a la búsqueda y al hallazgo de uno mismo. Tiene suspense, tiene pasión, cuenta una buena historia… Absolutamente recomendable.
Por último, regresando a lo que les comentaba al comienzo de esta reseña, una frase que en un momento determinado le dice a Nina su abuela: «Para saber dónde vas, primero tienes que saber de dónde vienes». Cuánta razón. Si leen Trincheras de hilo y vino, y deben hacerlo, lo entenderán…
PD. No puedo decir nada al respecto, pero atención al sorprendente epílogo con el que se cierra la novela. Una auténtica maravilla.