Impresionante obra esta, Un macroscopio para el siglo XXI, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo, del autor Carlos Rossique. Impresionante por muchos motivos, pero, sobre todo, por su ambición, por sus sesudas y razonadas reflexiones, por su claridad de ideas, por la calidad de sus argumentaciones, por la extraordinaria densidad argumentativa y referencial, y, pese a ello, por su lenguaje cercano y divulgativo.
Por un lado, merece la pena destacar la intención universal de su propuesta reflexiva, vehiculizada de un modo genial con el instrumento mental que da título a la obra, el macroscopio, válido para poder percibir el todo del mundo poliédrico y lleno de aristas en el que vivimos —evidentemente, cuando digo «mundo» me refiero, como el autor, no solo a nuestro mundo, a la Tierra, sino al universo, pero siempre visto desde una perspectiva humana—. Así, su planteamiento es global, u holístico, como dirían los amantes de la Nueva Era. Y, por lo tanto, también es multidisciplinar.
Por otro lado, a la vez que desarrolla esta propuesta global, construye y estructura su obra en diferentes bloques temáticos más o menos diferenciados, y juega con distintos recursos y estilos literarios —además de aportar un buen número de recursos visuales y gráficos creados por el propio autor que ayudan a la correcta comprensión de la obra—. Sí, es un ensayo, pero es mucho más que un ensayo divulgativo científico o una obra de reflexión filosófica con aspiraciones humanistas. Sí, es eso, pero es mucho más.
Como es lógico, no es labor de este modesto y sorprendido reseñista destripar en lo más mínimo lo que Carlos Rossique nos transmite en esta obra. Para eso tendrán que leerla. Pero, ojo, no será una tarea fácil. Requiere no solo de una gran capacidad de comprensión y de un amplio vocabulario. También exige calma, paciencia y atención. Por supuesto, hay momentos en los que el libro se vuelve difícil y requiere varias relecturas. No es para menos. Estamos trabajando en un nivel altísimo, lo que implica la necesidad de estar adiestrado, o de adiestrarse, para poder superar el difícil objetivo que nos propone.
El libro contiene un sinfín de ideas tremendamente interesantes y que dan para una amplia y temperada reflexión. Por ejemplo, la importancia que el autor le da al conocimiento científico, esencial para aprehender la realidad, aunque, como él mismo indica, «no debe confundirse la imagen de la realidad que aporta la ciencia con la realidad misma». Esto tiene mucha más miga de lo que en una primera lectura se puede extraer. Detrás de esa idea, y a lo largo de toda la obra, Rossique deja claro que lo objetivo está limitado a la hora de intentar comprender la realidad, y apuesta de forma taxativa por lo subjetivo —que también está limitado—, por lo emocional, incluso por lo mítico, como forma de acercarse a eso que se le escapa a la razón.
Otra idea esencial en esta obra, muy relacionada con la anterior, gira en torno algo tan evidente como que la transformación social de un mundo en constante cambio es pareja a cómo perciben y estructuran la realidad las personas. Es lógico. Rossique centra su monumental propuesta en lo humano. Pero lo hace siguiendo aquello que alguna vez dijo el gran Carl Sagan: «Somos el universo pensándose a sí mismo». Quizás peque de antropocéntrico para según qué colectivos, pero no sería justo verlo así. Al fin y al cabo, tanto la ciencia como la filosofía y la metafísica han surgido gracias a las capacidades humanas. No solo intentamos explicar y comprender el mundo, sino que lo hemos modificado por completo; y además, solo podemos hacerlo desde nuestra perspectiva (humana, demasiado humana, que diría Nietzsche). La realidad, al fin y al cabo, y aunque este suene relativista, es un constructo humano levantado a partir de distintos tipos de conocimiento.
Con su macroscopio, Carlos Rossique, no solo nos invita a revisar la historia de la humanidad y a tomar conciencia de la magnitud del saber científico actual, sino que también se lanza a intentar ofrecer una serie de ideas sobre cómo debemos afrontar las próximas décadas, en un mundo tan convulso y agitado como el de estos primeros lustros del siglo XXI. Así, aunque no desarrolle exactamente un planteamiento utópico, sí que expone qué debemos hacer para intentar reconducir el devenir humano a un futuro más justo y equilibrado. Cree que el cambio es posible, aunque es consciente de los peligros y, sobre todo, de las dificultades que esto supone. Así, por ejemplo, son muy interesantes sus razonamientos sobre los beneficios que la tecnología puede aportar a las futura sociedades humanas, tanto en lo biológico como en lo económico, pero también en lo político (genial su propuesta de democracia digital).
Se trata, si no lo he entendido mal, de construir un nuevo colectivo formado por seres autónomos, libres, pensantes y, dentro de lo posible, felices. Y el camino se hace, precisamente, pensando. Ojo, esto no es fácil y, además, duele. Todos hemos escuchado alguna vez ese viejo adagio de «prefiero estar haciendo cosas para no pensar». Pensar supone hablar con uno mismo, enfrentarse a un diálogo, casi siempre terrible, con quién somos, con quién fuimos y, lo más importante, con quién debemos ser y con quién queremos ser. Esa conversación interna, ese hablar con uno mismo, que para Machado llevaba a «hablar con Dios un día», es lo que nos hace humanos.
En resumidas cuentas, Un macroscopio para el siglo XXI es una colosal y didáctica obra, solo apta para mentes abiertas y dispuestas a replantearse no solo sus más firmes convicciones, sino su forma de ver el mundo y, yendo aún más lejos, su forma de verse y conocerse a sí mismo. Complejo, como decía, sí, pero tremendamente útil, revelador e interesante.
Se puede estar o no de acuerdo con sus ideas y planteamientos, pero si el lector se libera de sus ideas preconcebidas y se adentras en estas reflexiones, podrá comprobar que quizás haya una luz al final del túnel. O no…