En cierta ocasión, el gran Antonio Mingote dijo: «Humor se tiene o no se tiene, y es la manera de ver las cosas con claridad». Ahí está la clave. «Ver las cosas con claridad». El humor es un mecanismo realmente excepcional para transmitir reflexiones y críticas sobre cualquier tema. La literatura está repleta de ejemplos brillantes —empezando por el propio Quijote, que tiene mucho de humor—, pero también el cine, el teatro, el cómic o, incluso, la filosofía. Y es que mediante el humor se pueden vehicular mensajes tremendamente serios y se pueden realizar críticas demoledoras. Claro, en estos tiempos de lo políticamente correcto, de ofendiditos everywhere y de redes sociales asociales, el humor, como casi todo, ha sido objeto de las más feroces críticas, casi siempre procedentes de las «víctimas» del humor. Es normal. No hay herramienta más eficaz para exponer determinadas miserias. Y duele. De ahí que también sea un sempiterno tema de debate si deben existir límites para el humor —un debate cercano, y en parte similar, al de los límites de la libertad de expresión—. De ahí que, quizás, algunas de las grandes obras humorísticas de la historia de la humanidad serían puestas en entredicho hoy en día, desde El Lazarillo de Tormes a La vida de Brian, pasando por las viñetas de El Jueves o Charlie Hebdo, el cine de Berlanga y Rafael Azcona o la música de Javier Krahe.
En fin, tras esta breve reflexión, me centro en el tema que nos ocupa: la extraordinaria y divertidísima novela Starman, ópera prima del autor José Luis Sánchez Romero, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo.
Sin entrar en mucho detalle, Starman cuenta la historia de Federico Mercurio, un astronauta español que lleva cinco años en la Luna, solo con la compañía de un perrete (Bakunin Dos), cuando le llega la noticia de que una pandemia de un virus estomacal —que obliga a llevar pañales, por motivos obvios, además de la sempiterna mascarilla— ha provocado un confinamiento en la Tierra. Cuando aún no ha digerido la noticia, llega una capsula ocupada por un taikonauta (un astronauta chino llamado Liu Wang Dong, alias Miguelito Dong, por los Miguelitos de la Roda, deliciosos). A partir de ahí, se desarrollan una serie de delirantes y divertidas situaciones que, por supuesto, no voy a desvelar. Tendrán que leer el libro para averiguar cómo continúa esta desternillante odisea en el espacio.
Como es lógico, estos extraños tiempos que estamos viviendo están sirviendo de inspiración para muchísimos escritores, especialmente los imprevistos y complicados meses de confinamiento extremo que, en España y en gran parte del mundo, vivimos entre marzo y junio. Esta pandemia, además de ponernos a todos un nudo en la garganta, nos ha hecho ver —o, al menos, debería haberlo hecho— que nuestra vida es muchísimo más frágil de lo que pensamos. Y no solo en un sentido estrictamente biológico y sanitario, sino social. De pronto, sin darnos cuenta, sin poder preverlo, el mundo, tal y como lo conocíamos, ha cambiado. Esto ya es suficiente como para que la imaginación y la inspiración de los escritores, siempre inquieta, se haya activado. Lo interesante es que, en este caso, José Luis Sánchez Romero propone una crítica extraordinaria a todo lo sucedido, pero en clave de humor, con matices que pueden recordar tanto al cine de Berlanga como a las novelas cómicas de Eduardo Mendoza —en especial, a Sin noticias de Gurb.
Así, la obra está repleta de guiños relacionados con la pandemia que estamos viviendo (que, según la ficción, tuvo lugar unas décadas antes), aunque centrados en el caso concreto de esta España nuestra; por ejemplo, las ruedas de prensa para explicar la evolución de la pandemia (y los pliegues de los picos), la ridícula dialéctica de reparto de culpas entre Gobierno y oposición —o los vaivenes modo «defiendo una cosa y la contraria» de esta—, los aplausos en la escotilla a favor de los sanitarios, las PRC —alter ego de la PCR que no voy a explicar en qué consisten— o frases y lugares comunes como «esta es la guerra de nuestra generación».
Por otro lado, la obra está repleta de referencias culturales y sociales, perfectamente comprensibles para el gran público, aunque algunas son más bien para iniciados. Por ejemplo, el propio nombre de la nave, Príapo Siete (Príapo es una deidad grecorromana que se representaba como un hombre barbudo con un pene gigantesco); la brutal parodia de Gran Hermano con enfermos terminales de cáncer, la desaparición de las redes sociales, «colapsadas por sus propios usuarios, cada vez más malhumorados y agresivos», y de los móviles; ver a Venezuela convertida en líder mundial «en fabricación de ingenios espaciales de gran calidad»; o el perturbador hecho de que haya Cruzcampo y grafitis hasta en la Luna. Y eso por comentar solo algunos de los guiños de la primera mitad del libro…
En lo formal, cabe destacar la estructura perfecta de la obra, que va evolucionando de una manera correcta, atrapando al lector desde el primer momento; su prosa sencilla, dinámica, divertida y ágil; o la logradísima construcción de los personajes, ricos en matices, con sus propias historias personales. Por supuesto, no puedo desvelar nada, pero algunos son magníficos.
En resumidas cuentas: una obra divertida, fresca y muy fácil de leer, que hará que los lectores pasen un rato estupendo, a la vez que conseguirá que vean con otra perspectiva algunos acontecimientos de nuestra historia reciente. Como decía al principio, y como decía Mingote, «ver las cosas con claridad».
Brillante.
PD. Todo muy gracioso, excepto eso de que el Barça se fusione con el Espanyol. Hasta ahí podíamos llegar…