Alguien dijo que la realidad es mucho más fascinante que la ficción. Razón no le faltaba. Sobre todo a la hora de transmitir pensamientos, reflexiones, críticas y análisis sobre hechos reales que no por ser reales dejan de ser sorprendentes. En efecto, no hay que elegir. También existen ficciones realistas que no tienen un sustrato histórico detrás. Pero siempre he sentido debilidad por las crónicas hiperrealistas construidas que solo se diferencian de la no ficción por el estilo literario elegido, la novela. Ejemplos hay miles, pero el gran maestro de este subgénero, sin duda, fue el maestro Truman Capote, al que han seguido muchos otros. Y un buen ejemplo es esta obra que pretendo reseñar a continuación, Un pedacito de cielo, de la autora Nat Neumann, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
En realidad, se trata de dos libros en uno: por un lado, la historia novelada de la propia autora, que narra en primera persona, aunque mediante un alter ego, su regreso a Cuba, años después de su partida, tras el fallecimiento de su madre, con la complicada misión de coordinar su entierro. A su llegada, se encuentra un país en un estado lamentable —en todos los aspectos—, mucho peor de cómo estaba cuando se marchó. Así, gran parte de la obra gira en torno a los acontecimientos que se desatan desde que la protagonista aterriza de nuevo en la isla, a los recuerdos que van brotando en su mente y a las reflexiones que transmite sobre la historia y el presente de su patria.
Por otro lado, la propia historia de la Madre —así, con mayúsculas—, escrita por ella misma y encontrada, en la ficción y en la realidad, por su propia hija. Sin entrar en mucho detalle, es una de las crónicas existenciales más bonitas y, a la vez, descorazonadoras que he leído; y sorprende por su extraordinaria calidad literaria. Por cierto, el título de ese precioso escrito es, precisamente, Un pedacito de cielo.
Como es lógico, no puedo desvelar en exceso el contenido de la obra —de ninguna de las dos—. Si quieren saber más, tendrán que hacerse con un ejemplar. Les aseguro que no se arrepentirán. Pero sí que me gustaría comentar algunos aspectos que me han parecido interesantes, tanto desde una perspectiva literaria como desde otros puntos de vista.
Por un lado, hay que destacar la capacidad de la autora para crear desde el primer momento una realista y abrumadora atmósfera inmersiva, gracias a la detallista y riquísima forma con la que describe los distintos escenarios por los que deambulan los personajes de su obra, en especial las dos principales ciudades de la isla, Santiago de Cuba y La Habana; pero también los espacios pequeños, las casas, las calles, los olores, la luz, los ruidos, las texturas… El lector siente realmente que está allí, que está viviendo y sintiendo el lugar en el que se desarrolla la trama. Además, la autora establece comparaciones entre cómo eran muchos de aquellos lugares antes de su partida y cómo los encuentra años después, dejando claro el deterioro y la decadencia absoluta en la que está sumida Cuba tras décadas de régimen castrista.
A este espíritu inmersivo también ayuda la descripción del día a día de los cubanos, que describe casi como si se tratase de un estudio etnográfico realizada por una antropóloga, con la diferencia clara de que, en vez de apostar por la mirada distante, necesaria en las descripciones y narraciones académicas, la autora apuesta por una mirada comprometida, empática y emocional, subjetiva y vital.
Y es que ese es uno de los dos epicentros de Un pedacito de cielo: la crítica contundente, racional, constructiva y argumentada de la situación del bello país caribeño desde la perspectiva de alguien que nació y se crio allí y que, años después, regresa y se atreve a contarlo. No es mi intención desvelar demasiado de este aspecto, pero les puedo asegurar que, después de leer esta obra, muchas de las ideas preconcebidas que tenía sobre Cuba y su famosa revolución, procedentes en parte de la visión romántica que se ha vendido durante décadas en Europa, y que yo, como muchos, asumí de forma acrítica, han cambiado por completo, aunque también tenía claro, de nuevo como muchos otros, que la propaganda del régimen también tendía a endulzar la cruda realidad.
Además, es un claro y nostálgico relato sobre el reencuentro de uno mismo con su pasado, con su propio yo, con sus recuerdos, con las realidades perdidas que el tiempo alejó, con los lugares recorridos que, aún siendo los mismos, pasan a ser diferentes cuando se recorren décadas después. Se trata, por lo tanto, de un viaje físico, pero también de un viaje introspectivo, una especie de ajuste de cuentas de uno mismo con su pasado, con su isla, con su gente, con sus recuerdos. Este sería el segundo epicentro de Un pedacito de cielo, mucho más emocional e instintivo, tan catártico como reconciliador y bonito. Y ambos universos están perfectamente conectados.
En resumidas cuentas, se trata de una obra extraordinaria, esclarecedora, profundamente humana y tan real, terrible y maravillosa como la vida misma. Están tardando en leerla.