Hay gente que cree, en la actualidad, que la Tierra es plana. Para ello, como bien explica Paul Elías Cardozo, autor de Desmontando mitos y fraudes: la verdad más allá de Internet, una obra publicada recientemente por la Editorial Círculo Rojo, tienen que emplear una serie de argumentos falaces que harán sonrojar a cualquier persona medianamente formada en física. Argumentan, por ejemplo, que la gravedad no existe —dado que, como consecuencia de esta fuerza, los objetos masivos tienden a adquirir formas esféricas—, que todas las fotos que tenemos de la Tierra, tomadas desde el espacio, son montajes, y que, para más inri, el Sol, la Luna, los demás planetas y las estrellas giran alrededor de la Tierra. Claro, de ser esto así, es necesario que exista una gigantesca conspiración en la que estén implicadas todas las agencias espaciales y todos los científicos del planeta.
Pero hay más. También hay gente que cree que la Tierra es hueca y que existen unas gigantescas aperturas por los polos mediante las que se puede acceder a un mundo interno habitado por seres con una tecnología avanzadísima, seres que pueden vivir allí gracias al calor que les da un sol central que, según estas gentes, habita en el interior de nuestro planeta.
Sería interesante ver qué piensan los creyentes en la Tierra plana sobre esto de la Tierra hueca.
Pero también hay muchos, cada vez más, que consideran que la historia no es como nos la han contado, que los historiadores son unos asalariados de los illuminati y de los masones, y que, mucho tiempo antes de que existiesen las primeras civilizaciones conocidas —Mesopotamia, Egipto y el Valle del Indo—, hubo otras civilizaciones, también humanas, que desaparecieron de la historia, aunque, cómo no, dejaron sus conocimientos a determinados elegidos, los mismos que un tiempo después terminaron formando las civilizaciones reales. Además, los defensores de estas propuestas consideran que existen numerosas evidencias arqueológicas de estas otras humanidades. Serían los llamados ooparts, objetos fuera de su tiempo, inexplicables en relación al contexto arqueológico en el que aparecieron.
Dentro de este último grupo podemos situar a los que consideran que, en realidad, todas estas civilizaciones fueron creadas o dirigidas por seres extraterrestres en un pasado remoto. Algunos, incluso, yendo más allá, argumentan que «ellos» fueron los dioses de los que hablaban las antiguas mitologías y que, posiblemente, no solo nos enseñaron la cultura, sino que nos crearon. Zeus, Ra, Brahma, Quetzalcóatl y Yahvé, incluso el mismísimo Jesús de Nazaret, serían extraterrestres.
Esto guarda relación directa con el fenómeno ovni, tradicionalmente asociado con seres de otros planetas que nos visitan, aunque, de forma general, se muestran esquivos y no se manifiestan públicamente. Si bien es cierto que esto de los ovnis es un tema por el que sí se ha interesado, de manera relativa, el colectivo científico, también es cierto que el fenómeno es tan esquivo, y depende tanto del testigo, que pocos se atreven a contemplarlo con seriedad. Por cierto, no todos los ufólogos están de acuerdo en que los tripulantes los ovnis sean alienígenas. Algunos consideran que puede tratarse de habitantes de la Tierra hueca, rizando el rizo, y otros piensan que son viajeros en el tiempo.
De todo esto habla Paul Elías Cardozo en Desmontando mitos y fraudes. Y habla con la razón en la mano, deconstruyendo estas alocadas teorías a golpe de evidencia científica y planteándose cómo es posible que, en los tiempos que vivimos, estas propuestas estén gozando, gracias a Internet, de un éxito inesperado.
¿Cómo es posible que haya gente que piense que la Tierra es plana, que las pirámides fueron construidas por alienígenas y que el cáncer se puede curar con cloro? ¿Cómo es posible que se ignore el conocimiento acumulado durante siglos de esta manera bochornosa?
Parece mentira, ¿verdad? De hecho, si no fuese porque es verdad, podríamos pensar que hemos caído en una trampa por culpa de la maldita ley de Poe, según la cual, sin la clara indicación del autor, es prácticamente imposible discernir si una afirmación es una sincera expresión de extremismo o una parodia del extremismo. Es decir, muchas de las afirmaciones extremas de los fundamentalistas religiosos ―como negar la evolución o defender el relato bíblico del Diluvio universal―, o de los conspiranoicos new age que campan a sus anchas por Internet, son indistinguibles de una parodia. Pero no, esto de la Tierra plana, esto de la Tierra hueca, esto de los alienígenas ancestrales y esto de los ooparts no es una parodia.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, sabiendo lo que sabemos, existan personas absolutamente convencidas de este tipo de teorías disparatadas? Tengan en cuenta que para aceptar cualquiera de estas propuestas anticientíficas hay que negar prácticamente todo y creer en una gigantesca conspiración global en la que políticos y científicos se dan la mano para hacernos creer mentiras, para ellos, como que la Tierra es una esfera o que las pirámides fueron construidas por una civilización con grandes conocimientos de física y una gran capacidad de utilizar recursos y personas.
Quizás estas moda se deban, se plantea Cardozo, a la fascinación casi mística que producen las teorías de la conspiración en algunos ilusos. Pero también hay mucho de religión aquí. Casi todas estas «teorías» son las últimas expresiones de determinados movimientos marginales anticientíficos que surgieron a mediados del siglo XIX en la Inglaterra victoriana y en los Estados Unidos como reacción ante el contundente avance de las ciencias, el mismo caldo de cultivo del que surgió el creacionismo bíblico estadounidense. Y es que, en efecto, todas estas ideas tienen en común algo muy interesante desde una perspectiva sociológica: funcionan en la práctica como nuevas religiones. Explican los misterios de la vida (de dónde venimos, a dónde vamos, quién nos creó), ofrecen explicación para los misterios sin resolver de la ciencia y, quizás lo más importante, generan en los creyentes la sensación de pertenecer a un grupo de elegidos que está en posesión de la verdad.
Quizás los más preocupantes, por las consecuencias sociales y sanitarias que conllevan sus creencias, sean los que reniegan de los espectaculares avances médicos que han desarrollado científicos de todo el mundo durante las últimas décadas, mientras que aceptan sin el más mínimo criterio un sinfín de pseudoterapias no falsables. Un ejemplo: existe un fuerte movimiento global de personas que consideran que las vacunas son perjudiciales y que pueden causar, entre otras enfermedades, autismo. Las consecuencias de esto ya se están empezando a ver. Han vuelto algunas enfermedades que se creían extintas. Por no hablar de las personas que, atraídas por algunas de estas terapias alternativas, dejan sus tratamientos convencionales…
En definitiva, en esta sensacional obra, tan rigurosa como amena y contundente, podrán encontrar los argumentos necesarios para responder a cualquier iluso creyente en este tipo de delirantes conspiraciones. Por este motivo, el trabajo de Paul Elias Cardozo se merece el máximo reconocimiento, tanto por la valentía que ha mostrado como por la brillantez con la que ha lanzado un duro órdago contra los bulos y las mentiras de Internet. Hacía falta.
Más sobre el libro: https://editorialcirculorojo.com/desmontando-mitos-y-fraudes-la-verdad-mas-alla-de-internet/