Es desconcertante ver cómo ha cambiado el mundo de la novela romántica. Desconcertante, sobre todo, porque, aunque las tramas que se escriben en la actualidad muestran situaciones y sentimientos arquetípicos, los protagonistas son hijos de nuestros tiempos convulsos, fruto de un zeitgeist particular que merece la pena comentar por la relación que guarda con esta interesante novela, Lost in West, de Mónica Lamana Martínez.
Mucho ha cambiado el tema desde que Jane Austen idease, allá por 1813, al bueno de Mr. Darcy como el ejemplo perfecto del varón sobrio y nobletón con ciertos problemas para gestionar el amor; y a la buena de Elizabeth como el paradigma de la nueva mujer que estaba por nacer: intelectual, reflexiva y libre, a la vez que pasional y entregada al amor. Si bien en tiempos de Austen aparecían algunos de los elementos que caracterizan a la novela romántica actual (complicadas relaciones familiares, ciertos elementos de intriga, crítica, moderada aún, hacia el papel de la mujer en la sociedad), en la actualidad, como es lógico, las tramas se han complejizado con nuevos elementos, entre los que cabe destacar, a mi entender, tres: la explícita y franca sexualidad, una vez abandonados los antiguos tabús al respecto; la construcción psicológica de unos personajes cada vez más poliédricos, lo cual siempre es de agradecer; y, sobre todo, la descripción y exaltación de una nueva Mujer, con mayúsculas, que entiende, vive y siente el amor de una manera totalmente diferente.
Todos estos elementos se pueden encontrar en Lost In West. Erotismo explícito, sin tabús ni medias tintas, libre, honesto y desenfrenado —ojo con la descripción de los orgasmos de la protagonista, Valeria—; personajes complejos y con complejos, contradictorios, incoherentes y bipolares; y mujeres de hoy en día, mujeres que luchan por encontrar el amor y gozar del sexo libre a la vez que buscan su lugar en un mundo que, pese a los evidentes cambios que se han producido —al menos en Occidente—, sigue estando dominado por Homo sapiens con cromosoma XY.
Por supuesto, y sin hacer spoiler, en Lost in West no falta la necesaria tragedia que siempre viene a sazonar y reconfigurar toda buena historia de amor que se aprecie. Pero no se trata, no crean, de un melodrama, ni mucho menos, sino de un retrato jovial, fresco y sincero sobre las relaciones sentimentales en estos tiempos de ego, de likes, de runners y de píldoras del día después.
Quizás, por buscar algún elemento poco creíble, chirrían un poco las vidas aparentemente perfectas de todos los implicados en la trama. Valeria, la joven protagonista, cuyo drama familiar —la muerte de sus padres en un accidente— parece ser menos importante que algunos complejos físicos —el tamaño de sus pechos, elemento sobre el que gira gran parte de la obra—, y se diluye sin demasiado problema gracias al éxito profesional y la fortuna sentimental. Daniela, su gran amiga, es una joven que, gracias al poder adquisitivo de su padre, recibe como regalo de graduación un piso en Madrid. O Jason West, el paternaire, un apuesto arquitecto treintañero al que la vida parece, y solo parece, sonreírle. Sí, la trama se complica y todo es más complicado y oscuro de lo que en un principio parece. Y sí, también es cierto que hay gente así, muchas, y que, como decía la telenovela aquella, los ricos también lloran. No es nada raro, por otro lado.
Se trata de una versión 2.0 de las ya clásicas y vetustas novelas rosas, construidas sobre historias sentimentales amables, ingenuas rozando lo infantil, que solían terminar en boda, culminación perfecta del happy end que era casi imprescindible en el género. No es el caso tampoco. Lost in West no cae, excepto en algunos momentos concretos, en este mojigato género que cuajó a principios del siglo XX, aunque sí que se construye sobre ese mismo concepto idealizado del amor. Eso sí, con escenas de sexo explícito, algo que siempre es de agradecer, y sin el dichoso happy end —siento el leve spoiler, cuando lean el libro lo entenderán.
Pero no piensen que estas ligeras críticas pretenden restarle valor a la apuesta de Mónica Lamana. La novela es sensacional, está construida con brío, cuenta con diálogos excelentes y mantiene un clímax narrativo que incita a devorar sus páginas —en este caso, virtuales.