Un soplo de aire fresco. Nada puede describir mejor qué es Palabrerías, la sorprendente antología de poemas/aforismos/reflexiones que acaba de publicar MJ Escosura Muñoz «canahlla» con la Editorial Círculo Rojo. Eso sí, como todas las grandes pequeñas obras que han surgido en estos tiempos de la postverdad, no es para todos los públicos. Y no, no es clasismo. No quiero decir que sea una obra para una determinada élite intelectual, sino todo lo contrario. Es una obra para los que conocen la vida, la vida de verdad, la de ahí fuera; no para adictos a Coelho, instagramers aspirantes a poetas o vendedores de amor sintético. Es una obra difícil, compleja, poliédrica, contundente, ácida, cínica, tremenda y provocadora. Y actual, y vanguardista…
Además, es breve, lo que siempre es de agradecer. Ya lo dijo el sabio: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». No hay nada peor que esos libros inflados a los que se les podría quitar la mitad de sus páginas y seguirían diciendo lo mismo. Como cuando un alumno se enfrenta a una pregunta complicada en un examen, a una pregunta cuya respuesta conoce, pero no lo suficientemente bien, y engorda lo que escribe para que parezca que sabe más de lo que sabe. Pero ojo, no es fácil sintetizar en literatura. «He hecho esta carta más larga de lo usual porque no tengo tiempo para hacer una más corta», dijo en cierta ocasión el grandísimo pensador francés Blaise Pascal al respecto de esto que les comento.
Pero, si en literatura es digna a agradecer la brevedad, en filosofía lo es aún más. De hecho, existen varias modalidades de sentencias filosóficas breves, como el aforismo, una oración que pretende expresar una idea de manera concisa, lógica y definitiva, y sus primos hermanos los apotegmas (lo mismo, pero dicho por un famoso) o las máximas (que tienen un contenido eminentemente moral). Nosotros, los íberos, tenemos nuestra propia modalidad, un género creado por el vanguardista Ramón Gómez de la Serna que recibe el nombre de greguería.
Dicho esto, este libro, Palabrerías, está compuesto por una ingente cantidad de greguerías y de aforismos, pequeñas cápsulas de sabiduría, pequeñas consideraciones, que cobijan y custodian en su interior pensamientos tan poderosos como necesarios. Si me permiten la metáfora, son como pequeños disparos de filosofía que se adentran con fuerza en lo más profundo de la conciencia de los lectores y les llevan a meditar sobre los diferentes temas que esta pensadora/artista/vanguardista nos plantea.
Canalha nos habla de muchas cosas, brevemente, filosofando a martillazos. Nos habla de los muros que levantamos cuando estamos solos, de lo cuesta liberarse de la cobardía, de que lo imposible es cuestión de tiempo, de lo que mola tener pájaros en la cabeza —¿qué seríamos sin ellos?—, de que hay que luchar contra «la típica mayoría vulgar y corriente», de los miedos que no entienden de tiempos, del querer ser que no entiende de derrotas, de los saltos hacia la perdición, de los vínculos que nos empeñamos en hacer indestructibles, de lo malo que es no tener nada que perder. Fracasos que se suman exponencialmente, el peso de las sonrisas, sentidos alborotados sin sentido, ganas de seguir, faltas de interés interesadas, sueños sin timón, días ñoños, amores que invitan a escapar, insensatez contagiosa, nostalgias que impulsan, penas con ritmo, pasos distinguidos.
Podría hablarles de lo formal, poniéndome pedante, y contarles que «canahlla» juega con la prosa y la poesía y las disuelve en un totum revolutum tan delirante como perfectamente construido; podría destacar la habilídisima mezcla de vocabularios y la ruptura de las normas de puntuación como forma de arte y expresión; o la capacidad que tiene, gracias a su maravillosa pluma, para producir en el espectador sentimientos que van desde el más absoluto desprecio por lo que lee al enamoramiento y, casi, al síndrome de Stendhal; podría gritar a los cuatro vientos que esta poetisa, tan loca —entiéndase— como brillante, ha hecho suya aquella máxima que Chuck Palahniuk excretó en alguno de sus libros: «La inspiración necesita enfermedad, heridas y locura».
Pero, perdonen el bucle, no es una obra fácil. El lector que se adentre en Palabrerías debe saber a qué se atiene. El que avisa no es traidor.
Lo que
me está pasando
es… que quiero
decirte, al oído: Que
estoy aquí…
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canahlla