Difícil describir qué es este libro. ¿Poesía deconstruida de primer nivel que, atrevida, deja de ser poesía para convertirse en prosa? ¿Prosa reconstruida que, osada, renace reconvertida en verso emocionado? Da igual. Es lo que es. Un canto al amor, a la vida y al futuro, al futuro encarnado en Noa, en todas las Noas; aunque también es un grito de guerra contra la estulticia generalizada y la cobardía existencial de los que se han empeñado no solo en no vivir, sino en no dejar vivir. Ni comen ni dejan comer.
Poemas para Noa es un libro vivo, ágil, despierto, alegre, risueño, aunque también duele. Nada no duele. Pero también es un libro habitado. Viven en él enamorados del sol, de las ventanas, de los años que se pasan en minutos, de los minutos que no quieren ser pasado; mujeres desamparadas que visten de Prada; apóstoles del sentido común y subastadores de almas empeñados en hacernos creer que es imposible ganar la batalla, que no hay nada que esperar, que la guerra está perdida; vendedores de dinero barato, de presencias ausentes, de existencias caducas, de flores de invierno; amigos de la vida y del recuerdo, del amor incondicional y de las condiciones del amor, de la intemperie de la mañana y del ayer, de las cervezas que llegan con una mano en el hombro; profesores del respeto, del sueño y la vigilia, del llanto que no llora, de la risa que acaricia, de los viajes pendientes; cipreses que no olvidan ni consuelan, ni recuerdan que son el muro de los que ya no son; yonquis de la muerte, del pasado y del «no es posible»; esbirros del escombro y del absurdo, parientes que no paren ni comparan, ni perviven ni recuerdan; amantes gratuitos, cotillas de lo inmundo; constructores de vida que deambulan perdidos por ciudades de muertes; soberanos de la nada y del nadie; nadies sin nada, ni nadie; odiadores mercenarios y rencorosos taciturnos; niños libres, mujeres heroínas, obreros cotidianos, constructores de realidades; y princesas que respiran calma y belleza, que ponen pegatinas en el pelo de sus padres, que enseñan con sus actos lo que verdaderamente es vivir, lo que merece la pena, lo que es, sin más.
Y, como no podía ser de otro modo, pasen por este libro los vencedores. Recuerdos para ellos. Falta les hace. Siguen sin ser conscientes de que la victoria no cura la angustia ni sacia la intranquilidad, ni de que a veces es mejor perder con orgullo, fuerza y honor que ganar con guante de hierro.
Que Fujur, o el Transiberiano, nos lleve a Fantasía. Que las sombras nos protejan del día. Que la magia nos cure del mañana y del ayer, y nos defienda la alegría. Que al amor que da y quita vidas abra camino en la jungla. Que las nubes sean de chocolate. Que las barriadas vuelvan a ser barricadas. Que la vida nos dé tiempo. Que la falsa igualdad que nos inunda, obsolescentemente programada, sea algún día, de verdad, sin flores ni nubes, una realidad. Que las manos tendidas nos extiendan recetas de vida y suerte. Que la esperanza brille en los ojos de los muertos en vida, aunque sea por los excesos y por la santa marihuana. Que seas Feliz con mayúsculas —que sean, que seamos—. Y esto no es un deseo, sino una orden.
La única orden que este autor se atrevería a darnos, a darte, a darle a Noa.
Gracias, Javier.