Sin duda, la narrativa épica, con toques fantásticos o sin ellos, sigue siendo uno de los géneros literarios más leídos, aunque por desgracia continúa formando parte, junto a la ciencia ficción y, si me apuran, la novela negra, de ese grupo de géneros condenados y criticados por los snobs intelectualoides que desde las alturas de su extraordinaria sabiduría y buen gusto, desde el soberbio criterio que poseen, como si de sumilleres literarios se tratase, tienen las santas narices de considerar que se trata, en el caso concreto de la ficción épica, de obras «para todos los públicos», sin reconocerle al género la más mínima calidad literaria y, lo que es peor, sin molestarse en leer estas obras, como si al hacerlo se contagiasen y dejasen de entender a Paul Auster. Es una pena, pero afortunadamente, esto está empezando a cambiar. Hace tiempo que comenzó a cambiar, y lo ha hecho gracias a obras como esta, la primera entrega de Vientos de revolución, parte 1, de L. M. Bianchi, publicada en 2019 por Editorial Círculo Rojo, todo un soplo de aire fresco que, pese a sus casi 600 páginas —y a que cuenta con una segunda entrega, recientemente editada— se lee en un santiamén.
Muy de destacar que, lejos de los clásicos clichés de algunas obras del género, en los que personajes se definen de una forma muy estereotipada como «buenos» o «malos», aquí, al contrario, deambulan en torno a un realista término medio, más propio de los antihéroes de la cultura posmoderna que de los superhéroes, con sus diferencias, de los clásicos de la fantasía épica.
Y es que es esa una de las principales cualidades de esta obra. Los personajes, muy abundantes, son complejos —sí, no todos, y no siempre—, están llenos de claroscuros y de matices, y cuentan con una rica historia personal detrás. Les pondría algunos ejemplos, pero, por norma general no me gusta desvelar demasiado de las obras que reseño. Tendrán que leerla. Y no se arrepentirán.
Otra cualidad, muy de agradecer, es que se percibe un ingente trabajo previo de lectura por parte del autor, que se manifiesta en la obra mediante numerosas referencias a algunas culturas y cosmogonías mitológicas de la historia universal. Así, aunque se trata de un mundo imaginario, podría haber existido perfectamente, y eso solo se consigue teniendo al alcance recursos procedentes de la historia.
Por otro lado, desde una perspectiva puramente formal, destaca la capacidad del autor para crear el necesario e imprescindible clímax, característica esencial de la novela de fantasía épica. Lo hace, como es habitual, dosificando la información y creando tramas paralelas, consiguiendo con ello que el lector no pueda despegarse del libro hasta pasar la última página. Además, la prosa de L. M. Bianchi brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro —aunque no existan—. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, provoca una experiencia inmersiva en el lector, algo que puede parecer fácil de hacer, pero que solo consiguen los maestros de la pluma.
Por supuesto, y volviendo a mi inicial crítica a los altivos snobs de la crítica literaria, Vientos de revolución, parte 1ayuda a romper muchos de los viejos clichés atribuidos a este género, como ese de que era «cosa de niños». Y es que ya lo dijo el gran J. R. R. R Tolkien: «Creo que lo que llaman “cuentos de hadas” es una de las formas más grandes que ha dado la literatura, asociada erróneamente con la niñez». Ni la trama de esta extraordinaria novela, con una carga filosófica y existencial nada común en este tipo de obras, ni el lenguaje, preciso y calculado, ni la complejidad de sus personajes y situaciones, ni las múltiples lecturas metalingüísticas a las que lleva al lector versado, son «cosa de niños».
Es cierto también que, pese a numerosos recursos que marcan claramente una diferencia y que representan, como decíamos, un soplo de aire fresco, la novela juega con algunas ideas clásicas del género. Por ejemplo, está ambientada, como tantas otras, en un mundo cuasi medieval imaginario con numerosos toques fantásticos —sin abusar, aunque tampoco pasa nada por abusar, ojo—. Tampoco es raro. El género, salvo excepciones, suele desarrollarse en ese tipo de contextos y suele tirar de personajes con poderes sobrenaturales, monstruos monstruosos y objetos de poder. Nada criticable. Quejarse de que se repitan esos clichés sería, en este caso, como quejarse de que una novela de ciencia ficción está ambientada en un futuro fantástico en el que la tecnología se ha hiperdesarrollado.
Sí, un lector testarudo podría argumentar que se notan demasiado las influencias de Tolkien o George R. R. Martin —sí, es bastante Juego de tronos todo—, y parte de razón tendría, pero hay que tener en cuenta que prácticamente todas las obras de este género beben y bebieron de estas fuentes, y que el hecho en sí de tener como referencia a estos dos grandes, como sin duda sucede en el caso de L. M. Bianchi, hace que muchos de los aciertos literarios de aquellos se manifiesten. Es inevitable. Como es inevitable encontrar, por ejemplo, referencias a Homero en la obra de Tolkien.
Pero Vientos de revolución, parte 1, sin duda alguna, brilla con luz propia. Y lo hace, además, en un terreno en el que, si no he entendido mal, muy pocas de estas obras se adentran. La narrativa épica se construye como un mero entretenimiento, pero las buenas obras de este género suelen ir más allá y tiran de alegoría para extrapolar ideas y circunstancias de nuestro mundo y situarlas en el contexto de ficción en el que se desarrollan. De esa manera, como sucede en este caso, se pueden encontrar críticas, más o menos veladas, a muchos problemas y contradicciones de nuestro mundo contemporáneo. Para que entiendan por donde voy, y evitando siempre caer en el spoiler —lo que impide poner ejemplos concretos de esta novela—, sería algo parecido a lo que sucede con las ficciones distópicas, en la que se construyen mundos futuros imaginados, pero llenos de referencias críticas a nuestro presente. Otro logro más que anotar a Vientos de revolución, parte 1.
En resumidas cuentas, y ya para concluir, se trata de una obra extraordinaria, que merece la pena leer con calma, pero sin pausa, y que sin duda hará las delicias tanto de los aficionados al género como del lector en general. Absolutamente recomendable.
Y ahora toca ponerse con la segunda parte…