La luz en África tiene algo de especial. Situada en su mayoría en zona tropical, el sol la mima, la alegra, la castiga, pero siempre tanto cuando sale, cuando se pasea por el firmamento, o cuando se oculta, luce sus mejores galas. Tal vez por eso la humanidad nació en este continente, y desde él se dispersó por todo el mundo. Cuando algunos de sus antiguos hijos europeos volvieron en el siglo XV, no solo no reconocieron a su madre, sino que se dedicaron a saquearla.
A partir del siglo XVI, en un comercio triangular infernal e inhumano, sus mejores hijos/as fueron llevados como esclavos a América, y a finales del siglo XIX, Europa se apoderó por la fuerza de prácticamente todo el continente, o lo que quedaba de él. Ahora, también sus mejores hijos/as huyen de las guerras provocadas por intereses bastardos y del hambre provocada precisamente por su riqueza en manos ajenas, pero la mezquina Europa, olvidándose de la deuda que tiene con África, los rechaza. En África no solo nació la humanidad, sino que todavía se respira humanidad, pero creo que la mayor tragedia de este continente es que no es dueño de su destino, y sus prioridades apenas cuentan.
El viaje ha sido duro, a veces demasiado, pero ha merecido la pena, aunque duele ver cómo África se va muriendo poco a poco o, mejor dicho, la vamos matando con la ayuda de una minoría nativa.
Salí de Carcastillo el 20 de noviembre de 2007 y volví el 31 de enero de 2009. Más de 14 meses, 427 días, de los cuales 403 por África. He atravesado 32 países, recorrido con Ibiletxe 60 000 km, muchos de ellos, demasiados, por carreteras o pistas que solo existen en los mapas, y he compartido las miserias y alegrías de sus gentes. Todo un honor. Con este libro, unido al anterior: Efectivamente la tierra es redonda, concluye el proyecto: Los 5 continentes a través de la música. Ahora llega el turno de China y otros viajes.