Lo que el autor quisiera de cualquiera en cuyas manos cayera este libro es que al abrirlo y caminar, por el roto que el andar abre en la rutina, se suscitara un destello, un tropezón, algo vital que permitiera ver donde nada se veía o respirar donde el aire se agotaba. Porque es lo cierto que de una apasionada lectura o de un ilusionado viaje se puede volver vacío. Una ristra de fotos, sabor de buen rollo y parloteo, buen paisaje, buen yantar…, pero como en el mapa del pirata el tesoro está escondido. La mirada de un icono bizantino, la fontana que aún gorjea siglos, aquel poblado andino, el migrante en el país equivocado que encuentra el abrazo de la vida, una mirada perdida que columpia tu existencia en una nube, un vértigo, un arrobo, un «pathos», el vellocino. He salido en su busca y te lo cuento llamando en mi ayuda a la palabra, porque ella como nada se preña de una imagen, un sabor, un aire, un sentimiento que te devuelve cada vez que la pronuncias… palpitando.