Alguien como él, alguien como él transitó por muy diversos caminos, y se encontró con sus ancestros, y con las musas, también de otro tiempo; y departió con un embajador y con el Rey; y alzó a un minúsculo titiritero y a muchos parias sin cobijo ni techo.
Alberto López Argüello no fue un hombre cualquiera, ni en aquella ni en esta época. Si hubiéramos podido oírle, su voz remembraría la música, como su íntimo León Felipe. Música iniciática en los rotativos y bajo el pedestal del Bueno. Música que sonaba a marcha real en los estíos luminosos y norteños. Música que, sin embargo, tornaba gris, cual lamentos del niño yuntero. Y, finalmente, música teñida de toda la humanidad, de la humanidad entera, y de un salitroso viento. Si hubiéramos podido oírle… ¿Y si aún pudiéramos sentirle?