El fanatismo no está en retirada, sigue cabalgando en este siglo XXI. Siempre tiene las puertas abiertas para acoger a los inseguros, a los que huyen del «atrévete a pensar», a los que tienen miedo a la libertad y al cambio, a los que la vida les ha cerrado las ventanas y no pueden apreciar la luminosidad del sol ni oír el canto de los pájaros. Todo fanatismo, sea religioso o político, tiene una misma raíz.
El autor nos presenta a una persona, Alfonso, que, con la ayuda de un psiquiatra, abandona su mundo fosilizado por el fanatismo y la organización religiosa que ha dado forma a su interior y se niega a dejarlo volar. Otra persona, Abdul, es conducido por su educación musulmana y las circunstancias duras de la vida a un fanatismo religioso que lo empuja hacia el abismo; aunque los ojos de un niño evitan una masacre.
La oscuridad del fanatismo no impide que se abran algunas ventanas por donde penetra la luz. Unas ventanas a ras de suelo que nos invitan a pisar tierra y otras en lo alto que nos invitan a la utopía esperanzada.