Creo que todo lo que he escrito en esta novela basada en hechos reales no es para deshacerse de ella echándola a la papelera sin antes leerla.
Leer esta novela es penetrar en el corazón de los que la sufren en sus carnes. La desesperación y el dolor son caminos paralelos, caminos que no tienen fin, cuando crees que ya estás a punto de llegar, te apercibes de que apenas has avanzado una pulgada, o sea que te encuentras en el punto de partida y te queda todo por recorrer.
Es este un camino lleno de tiempos, puedes tanto sentir que estás a flote como de pronto sentir que te estás ahogando.
Hay facetas en esta novela que reflejan alegría y felicidad, en cambio, otras que nos empujan al llanto, a la desesperación, al ya no poder más, pero una fuerza oculta nos incita a continuar luchando. Luchar para lograr una tenue sonrisa de aquel rostro siempre triste y melancólico. Qué triunfo para aquellos haberlo logrado.
Como aceptar una experiencia tan dura, tan despiadada como la que padecen ciertos padres. Eso sin contar lo que la pobre criatura estará padeciendo en silencio sin un lamento, sin un reproche.
Alguien piensa que todo tiene una meta, tanto para el que nos abandona como para los que se quedan. Ellos comienzan una nueva carrera, la carrera del olvido, del intentar y no poder, la de levantarse cada mañana y encontrase de lleno con aquellos objetos que tantos recuerdos desprenden, momentos más o menos felices.
Y, a partir de todo esto, el silencio y la soledad.