Claudia era una chica tierna, cariñosa, inteligente y llena de potencial. Presentía que su vida estaba condenada al fracaso. Su destino estaba de antemano marcado. Si tuvo oportunidad de vivir fue incapaz de verlo, un sólido muro invisible la impedía conocer el lado luminoso de la vida. Era una perdedora nata. Llevada de la mano por un aprendizaje siempre insuficiente, intentó vivir y matar de la mejor forma posible, siempre caminando por el lado sombrío de la vida. El azar hizo que conociera el amor genuino cuando todavía se preguntaba por la razón de su existencia, abriendo el abanico de su vida entre dos rumbos. Un camino probable lleno de autenticidad y atisbo de felicidad, y un camino previsible, terrenal y rutinario. Al cabo de los años, de nuevo el azar provocó que los raíles de tren de ambos caminos confluyeran otra vez en forma de un inesperado reencuentro. El amor idílico había terminado en fracaso al igual que su otra vida elegida y rutinaria, y por encima de la justicia humana, el final le arrastró hacia la derrota más incontestable frente a sus peores enemigos. El destino y la muerte dirían la última palabra.