Consiste este libro en un recorrido archivístico, realizado al azar, por la intrahistoria amescoana, concepto unamuniano que señala la importancia de los pequeños hechos secundarios del devenir cotidiano que van tejiendo, de forma silenciosa, la historia real de los pueblos, frente a los acontecimientos relevantes que estudia la historia convencional. A los primeros los equiparaba el insigne investigador vasco a las corrientes profundas y tranquilas del mar, a los segundos a las vibrantes y espumosas olas superficiales determinadas de forma inexorable por aquellas. El concepto de intrahistoria estaría también vinculado al concepto de microhistoria del historiador italiano Carlo Ginzburg y otros estudiosos, esto es, al uso de hechos concretos locales, aparentemente banales, para explicar fenómenos de índole global.
Recogemos en este trabajo, a modo de miscelánea, de caleidoscopio diverso, fragmentos variados de
la cotidianeidad amescoana, reflejados en los documentos archivísticos, que forman parte de la intrahistoria y de la microhistoria del valle. Incluimos, cual fogonazos de la vida amescoana, acuerdos de nombramiento de médico, cirujano, maestro de escuela, veterinario y herrero, entre otros; convenios
de arrendamiento de servicios diversos como el mesón, la taberna, la panadería, las neveras, la pesca
fluvial, el pasto de bellota y los molinos harineros; incluimos documentos referentes a los diezmos y
primicias que financiaban los gastos de los clérigos y de la iglesia; documentos relativos al matrimonio de antaño, a obras pías para casar doncellas, a la importancia de la hidalguía y de la limpieza de sangre, a pequeños robos y hurtos de elementos nimios, un haz de trigo, un arca, el cencerro de una cabra y los autos de amistad que originaban, a niños recién nacidos abandonados en las puertas de iglesias y ermitas, a los montes, los guardas, las marcas del ganado, los daños causados por lobos, las muertes en sus bosques; incluimos documentos referentes a los amojonamientos de términos del valle, a las ordenanzas concejiles y bandos municipales de buen gobierno, a los autos de amistad y arbitrajes por ofensas que evitaban largos y costosos pleitos en instancias judiciales superiores, a las muertes violentas “por mano airada” en periodos de paz, a la conducta desordenada y poco ejemplar de algunos clérigos que escandalizaba a vecinos y autoridades eclesiásticas y a las discordias vecinales que a veces se originaban por las tumbas del interior de las iglesias.
Cualquiera de esos documentos podría servir como germen de una microhistoria amescoana. Todos
ellos y muchos más, miles, cual jirones de la vida del valle, duermen en silencio en los anaqueles de los archivos y tejen la urdimbre y la trama de la vida en tiempos pasados, conformando nuestra memoria
colectiva, oculta por el velo del tiempo y, en ocasiones, por nuestra indiferencia. Finalizamos el libro con la última acuarela de la paisajista Loli Lecea, “Niños en el balcón de Ubagua”.