El fruto de un accidente que vio la luz de pura suerte
un 16 de noviembre confiesa que desde pequeño
se sentía diferente. Con doce se mudó de la costa
a la montaña. Describe su adolescencia como una
batalla de desgaste donde aventuras y locuras por
igual pasaron por sus manos hasta que la vida le dio
un toque de atención.
La transición de niño a adulto vino de la mano con
un cambio de percepción y se alejó de todo lo que
conocía; adopto una actitud egoísta y pasó página
hacia un futuro que ni él conoce.
Según sus propias palabras, se inundó de soledad
hasta obtener una insensibilidad que hace que
siempre haya un mínimo roce con quien se lo cruce.
Casualidad o coincidencia, con dieciséis años
empezó a compartir lo que de aquellas él creía que
era escribir. Al final resultó que, con el pasar de las
estaciones, se volvió su forma de mantenerse a flote
y sobrevivir.
Al final decidió hacer caso de esas personas que le
dijeron que lo intentase, que él no ya lo tenía, se
atrevió a destapar el alma para compartir lo que
poseía y de rebote nació esta extraña poesía con la
que, según confesó, alivia el peso de la vida y sus
idas y venidas.