Nació hace muchísimos años en Llugar d´Arriba, un pequeño pueblo minero en la cuenca del Caudal, la cuenca buena. Nunca le gustó demasiado estudiar, pero sí la lectura. Su madre, ávida lectora, le inculcó ese buen hábito desde muy joven. Esperaba ansioso los sábados para que lo llevaran a la Biblioteca de La Vega a por su Tintín. Siguieron Astérix, Jabato, Capitán Trueno, Los Cinco, Los siete secretos… En el colegio comenzó a coquetear con clásicos nacionales tipo Platero y yo, La Casa de Bernarda Alba, Machado, Baroja… (gracias, don Luis). En plena adolescencia, tuvo un romance con los wésterns: Zane Grey, Louis L´amour, Owen Wister o, por supuesto, Marcial Lafuente Estefanía. Quien realmente cambió su visión de la lectura y de la vida fue Bukowski en pleno servicio militar. De ahí viene todo esto. A partir de ese momento, se dio cuenta de que además de leer, también él quería escribir como «Chinaski», Querouac, Pound, T.S. Elliot…
En el año 2000 se trasladó a Madrid por motivos amorosos, donde todavía permanece, y allí, cuando estaba en el paro, dato importante, fue cuando empezaron a fluir las paranoias que trasladó al papel. Ese periodo fue el más prolífico en cuanto a escritos se refiere. La obra es más que probable que no tenga continuidad, ya que está creada entre sus veinte y treinta años (del 91 al 2003) y a partir de ahí no ha escrito nada (ni interesante ni menos interesante, NADA). En 2020 se dijo a sí mismo: «¿por qué no?». Quizás a alguien tan raro como él le pueda interesar… o no, pero ¿qué más da? A mí me gusta.