Daniel Maldonado Fanego (Madrid, 1982) fue desde niño alguien reflexivo en su afán por comprender la vida. Quizás por eso empezó a disfrutar de la escritura: tecleaba su diario en una vieja Olivetti y escribió su primer poema a los ocho años.
Como no podía ser de otra manera, comenzó rápido a crecer. Entendió que la vida es ese instante en los ojos de alguien, que las flores a veces son crisantemos y que hay palabras que arden en la garganta.
Fijó su mirada en los andares desacompasados de otros, contagiándose de su tristeza; grabó en su memoria las manos de sus mayores deseando poseer sus mismas arrugas, las mismas conversaciones que le dictaban las barras de los bares; hasta sentirse el más viejo de allí.
Hoy, después de tres alegrías y treinta seis derrotas, sus manos vomitan las cosas que nunca se atrevió a contar…