El mundo es un lugar inmenso lleno de historias que, en ocasiones, nunca llegan a contarse.
Estas historias que esperan agazapadas en un lugar poco transitado piden a gritos ser desterradas. Algunas tienen la suerte de ser contadas, y otras mueren solas.
Fátima Rodríguez Checa estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, quizá, para sentir el contacto con la palabra de aquellas voces esperanzadas por ver la luz.
Después, entró en las aulas y se puso a contar. Contó historias, contó con los dedos y contó con la vida para interpretar el mundo. Gracias a cada una de las miradas de sus alumnos adolescentes en las aulas madrileñas, la suya se llenó de gratitud. Su forma de mirar no sería la misma sin la ternura y honestidad de cada uno de ellos.
Desde que la memoria le alcanza, Fátima siempre ha estado en contacto con el teatro, con la poesía y con la sensibilidad. Sus padres, Pepe y Gregoria, llenaron la casa familiar de poesía en todas sus versiones. Antonio Machín de fondo, Santa Teresa de Jesús escapándose en versos entonados al aire sin motivo aparente, copla tarareada y mucha alegría.
Esa alegría ha sido el impulso para crear, desde el teatro amateur (su primer grupo teatral universitario, Momo, con amigos llenos de talento y muchas ganas de compartir historias) o desde la poesía o narrativa. Porque de eso se trata, dice ella; de agradecer a la vida la oportunidad que le da de que la palabra tenga aún más sentido