Ya siendo un espermatozoide, el escritor que nos ocupa demostró habilidad para colarse en los sitios por la puerta de atrás, y pensó «ahora o nunca» y, milagrosamente, consiguió nacer. Como el nombre de MacGyver no estaba de moda todavía, decidieron llamarlo Iván. No tardó en desarrollar afición por el mundo del cómic, el cine, la música y los videojuegos. Gozó de cierta popularidad en el colegio por saber en exceso de las materias mencionadas. Su padre, el cual hubiera querido que su hijo se incorporase al mercado laboral a la temprana edad de dieciocho años, y viendo que su hijo dedicaba gran parte de su tiempo a vagabundear con sus amigos, leer tebeos y jugar a la videoconsola, llevó a cabo la idea de denunciarlo (en dos ocasiones) por vagancia a comienzos del siglo XXI. El juez debía de ser un friki, porque sendas veces el escritor que nos ocupa ganó el juicio demostrando que su afición por el mundo del ocio no implicaba ser un vago.
Una licenciatura y dos oposiciones después, se convirtió en agente de la ley, pues no se le ocurrió un trabajo más divertido y variopinto. Aprovechó el tiempo libre que le quedaba para seguir leyendo tebeos, jugar a la consola, ganar tres concursos de cortometrajes, dos de relatos, publicar su primer libro (este es el segundo), casarse y tener dos hijos (un niño y una niña). Sus hijos comparten parte de sus aficiones, con la tranquilidad de que no van a ser llevados ante un tribunal por jugar al Far Cry.