Mi nombre es J.M. Raskavich y aunque no les suene demasiado el nombre soy producto de este país. Nací en un rincón cerca Pirineo hace setenta y un años. Hice mis primeros estudios en un colegio de los PP Escolapios. Mi infancia no la voy a reflejar aquí porque, aunque fue muy movida, no resultó demasiado agradable y no me apetece demasiado recordar aquellos años, por lo que, como no quiero obsequiar a los lectores con cosas tristes, voy a correr un tupido velo sobre esta etapa de mi vida.
Muy pronto me di cuenta de que este mundo en donde había aterrizado podría ser interesante, siempre y cuando dedicase mi tiempo y mis esfuerzos a consolidar posiciones para aprovechar al máximo las posibilidades que se abrían delante de mí. Dejé de perder el tiempo en aquellas otras utopías que me ofrecían ventajas a largo plazo y sobre todo después de la muerte. Y me da la sensación de que acerté de pleno, porque la vida me ha demostrado que no tienes ninguna opción si sales a la calle sin un duro en el bolsillo, y que esto no se remedia aunque sustituyas ese duro por un escapulario del santo que tu prefieras, porque eso no te va a dar de comer de ninguna manera, a no ser que hagas un ejercicio de hipocresía y te conviertas en uno de ellos. Debo de admitir que ni siquiera he intentado llevar adelante ese experimento por aquello de no perder el tiempo en tonterías. Es posible que a alguien le haya funcionado (lo del escapulario), aunque lo dudo. Tampoco está garantizado el éxito por medio del otro sistema, ya que por mucho que te esfuerces en conseguir tus metas por medio del trabajo y la dedicación, te puedes encontrar en el camino con aquellos descendientes de los cuarenta de la historia de Alí-Babá que se van a encargar de destrozar tus esquemas y de arruinar tus expectativas.