Nació en Granada, en el barrio del Albaicín un 24 de mayo de 1974. Desde la más tierna infancia ya bebía de los contornos de la Alhambra, la cual, admiraba cada mañana desde el hermoso Mirador de San Nicolás mientras se dirigía a sus clases de primaria, y en el que antes de salir corriendo en su cotidiano empeño de querer arañar los últimos minutos al reloj ante tan bello horizonte, siempre quedaba el eco de su frágil voz recorriendo el firmamento con las palabras que quedaron grabadas a fuego en su corazón —Mamá, ese es mi Castillo—. Con doce años, realizando un viaje escolar a Soria, descubre la figura del poeta que desde entonces le marcó a través del paso del tiempo, siendo en las mismísimas faldas del Monte de las Ánimas cuando escucha por primera vez el nombre de Gustavo Adolfo Bécquer. Es allí, en esa misma fría noche de noviembre cuando se aventura a leer la leyenda con dicho nombre, esa que sin saberlo, cambiará su vida para siempre. Desde entonces, el aura de esa obra y la imagen de su creador van forjando el alma inquieta de un soñador empedernido, tallando su sensibilidad ante lo imperceptible para jóvenes de su edad, la devoción por la luna, y su interés por lo misterioso e inesperado. No recuerda el día en que decidió perderse en el complicado arte de la escritura, ni cuántos esbozos quedaron olvidados en el cajón de su escritorio, pero cuando se ve capaz decide comenzar a escribir su primera novela, “Diario de un Soñador”. Es en el transcurso de su creación, a finales de 2014, cuando visita por primera vez el sepulcro de Bécquer para postrarse ante sus restos y ofrecer los progresos como pupilo a su mentor. Al acabarla regresa ante él y la deposita sobre su lápida como agradecimiento, notando como es allí donde la inspiración le invade de nuevo para crear su segunda novela, “Diario de Leyendas”, y que como ofrenda decide que tendrá como aura la figura del escritor. Es en esa primera visita cuando le hace la promesa de colocar una rosa roja en su lápida, en vísperas de su fallecimiento, con la que le agradecerá tanto la sensación que desde siempre le provocó el sólo pronunciar su nombre, como la inspiración que desde entonces le ha permitido el mantener sus dedos manchados con restos de tinta.