Josefa María Cuevas Gutiérrez nació en la ciudad de la luz, de plata al sur de Andalucía, una tarde de domingo del verano de 1974, a principios del mes de julio, el día séptimo. La recolección de cosquillas al jugar en la geografía del asfalto conector del campo, así como el regocijo contiguo en la piel del paisaje, propiciaron benéficamente la pirueta del acople mimético entre los escenarios naturales presentes del universo y la prueba simbiótica
de la experiencia física de su rúbrica en el rostro, a través del gesto de aprehender captando, dentro de un viaje de ensoñación visionaria inclinado en la alfombra voladora de la inocencia, que descifra —sin adulterar su santidad— el murmullo de la creación, latente en la vista ingenua de todo cuanto existe. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga, desde niña experimentó el placer de interpretar la vida a través de las representaciones lingüísticas del pensamiento, manifiestas en el plano expresivo de las ideas, como recurso de empatía social con el otro, que, a la vez, es uno en la suma de
sus contrariedades, pues el hacedor se funda en la expectación del asombro de los propios sentidos, como si ontológicamente no le pertenecieran.