Sec. 1. Londres. Ext. Día
Paseando por Londres me encuentro a Charles Dickens.
Me acerco a él lleno de emoción y le pido que se haga un selfe conmigo. No me hace caso y se va. Le sigo, me sitúo a su altura e insisto en mi petición. Se enfada y me arrebata mi smartphone. Discutimos. Charles saca un revólver y amenaza con dispararme si no le dejo en paz.
Me abalanzo sobre él y forcejeamos hasta terminar por los suelos. El arma se dispara.
Sec. 2 Hospital. Urgencias. Int. Día
La bala me ha rozado la mejilla. “Tengo que ponerle una inyección”, me dice una enfermera. “Le va a doler. Intente distraerse. Cuénteme algo agradable”. Le hablo de Charles Dickens y de mi admiración hacia su obra.
Ella se excita y sus manos tiemblan al clavarme la aguja. Opto por callarme.
Sec. 3 Aeropuerto de Londres. Int. Día
Completamente abatido y con un aparatoso vendaje en la mejilla, aguardo en la puerta de embarque con destino a Madrid, mientras pienso: 1. No debí molestar a Charles Dickens. 2. Tengo que comprar otro smartphone. 3. Hice mal en contarle nada a la enfermera. Me ha seguido hasta el aeropuerto y no para de hacerme preguntas sobre Charles. Despierto… Todo ha sido un sueño… Me duele la mejilla…
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Nacido en Madrid. Siglo XX.
Lo único que puedo decir de mí es que soy un admirador de Charles Dickens y que por su culpa escribo. Y que me habría encantado encontrármelo en Londres y hacerme un selfe con él. Aunque terminará pegándome un tiro. Me da igual.