Mi nombre es María Julia Aranda López. Nací en Puertollano, provincia de Ciudad Real, el treinta de agosto de 1965. A las diez de la noche de esta fecha, cuando Mercurio gobernaba el firmamento puertollanense, mi buena madre me parió en una casita con patio blanco, tan blanco como era el color de mis ojos. Sí, vine a esta vida con un glaucoma congénito, herencia recibida de un bisabuelo de mamá que me provocó una ceguera durante toda mi existencia, hecho que jamás me ha limitado a la hora de lograr mis sueños. Mi infancia transcurrió entre oftalmólogos y juegos divertidos, especialmente, en el pueblecito de mi madre, lar en el que disfrutaba como un cervatillo en plena naturaleza. Era muy feliz. A los siete años me enviaron a un colegio de la ONCE en Sevilla, donde aprendí el braille y gocé por primera vez del placer de la lectura, el cual, nunca he dejado. Al siguiente curso, me trasladaron a otro colegio de la misma entidad, pero en Madrid. Allí gané mi primer premio literario por un relato que compuse sobre cómo imaginaba un día en el zoo. Las personas que regían el centro educativo lo elogiaron y me regalaron un reloj con puntitos que me pareció un primor. Solo tenía once años. Al finalizar la EGB, propuse a mis padres el incorporarme a un centro en Leganés, para pasar más tiempo con ellos. Su respuesta fue afirmativa, por lo que hube de ingeniarme un método para avanzar en mi formación académica: yo daba hojas de calca a mis amigas, quienes copiaban sus apuntes a la vez que los míos y, al llegar a casa, o los copiaba en braille, dictados por mi padre, o bien él me los grababa en cinta de casete que yo memorizaba. Con este proceso, estudié Filología Inglesa, Hispánicas y, ayudada por libros en braille y mucha fuerza de voluntad, concluí uno de mis sueños, la Licenciatura en Piano en el Conservatorio de Ópera. Obtuve las oposiciones para ejercer como maestra de inglés en la Comunidad de Castilla-La Mancha en 1991, concretamente en un Colegio de Puertollano en el que permanecí hasta que entró en vigor la ESO, momento en el que formé parte del claustro de un instituto, El Virgen de Gracia por doce años. Luego, decidí marcharme a enseñar inglés a los pequeñitos, esos locos bajitos, como los denomina mi admirado Serrat, con los que disfrutaba sin parangón. Sin embargo, ellos concluyeron con mis pobres y machacadas cuerdas vocales. Hube de padecer una operación de nódulos que me impediría el tornar a trabajar en la enseñanza. Durante mi época como docente, compuse miles de piezas de teatro que interpretaba con mis alumnos y cuentos para motivar las clases. Recibí un Premio del Ayuntamiento de Puertollano por una Carta de Bienvenida al Mundo que dediqué a mi sobrina Celia. Antes, había iniciado la escritura de Los hombres de las corbatas, mi primer proyecto a gran escala.