Antes de convertirse en el primer hombre que navegó el Amazonas, el más caudaloso curso de agua del Planeta en toda su longitud, Francisco de Orellana nació en Trujillo (Cáceres), en 1511. Creció correteando por el laberíntico entramado de callejuelas de La Villa como lo haría años más tarde por aquellos infinitos meandros amazónicos. Forjó su carácter en esas correrías por los paisajes agrestes y graníticos del Praíllo y el berrocal trujillanos al son del melodioso canto de grillos, ranas y chicharras.
Por su parte, Gaspar de Carvajal desarrollaría su capacidad creadora e imaginativa en el silencio místico de aquellas mismas callejuelas, sólo roto por los graznidos de las chovas y contemplando el suspendido vuelo de los mícales sobre el azul y limpio cielo trujillano. Los dos inhalarían el embriagador y penetrante olor del Pepinillo del Diablo, que les uniría por anticipado, con aquellos brebajes que, años adelante, compartirían con los indios de las tribus ribereñas del gran río.
Uno y otro merecen el reconocimiento de los trujillanos y resto de pobladores de esta aldea global de nuestros días. Los dos juntos, como buenos trujillanos, recordarían en su descenso del Amazonas los paisajes sagrados de su infancia y primera juventud. Todos estos ingredientes les conectarían con su destino inmarcesible a miles de kilómetros de esos espacios de sus primeros años trujillanos. Y de fondo, siempre presente, el lento discurrir de su totem: el Magasca, ese inmenso y fantástico río de sus sueños en el recuerdo.