Luis Maroto
Nací en Ciudad Real un 24 de octubre de hace sesenta años, aunque pasé los primeros cuatro años de mi vida en Alameda de Cervera, lugar del que aún tengo las impresiones infantiles como grabadas en la memoria: la vivienda y la escuela junto a la carretera de Tomelloso por donde circulaba poco tráfico, mis juegos en los montones de paja de las eras, la «Chuli», aquella perra podenca de caza de mi padre que sólo venía a casa a la hora de comer, mis primeros baños en el canal del Gran Prior… Recuerdo que me llamaban mucho la atención las misas de los domingos, porque el cura llegaba a la iglesia en vespa, y allí era rodeado por las jóvenes que lo esperaban para recibirlo. Luego mi padre, pensando en el futuro de sus hijos y que éstos deberían estudiar, pidió el traslado a Alcázar de San Juan, lugar al que nos desplazamos en 1959. Estudié bachillerato en el Instituto de esta ciudad, centro que tuve el honor de inaugurar como alumno en 1965. Posteriormente cursé estudios en la Escuela Normal de Magisterio de Ciudad Real, titulándome como Profesor de E.G.B. Algunos años después alcance el grado de licenciado en Ciencias de la Educación por la UNED. Me gusta leer, pero lo de escribir, siempre me pareció complicado. Este libro ha sido una agradable aventura en la que me he visto envuelto gracias a mi amigo Mariano Velasco, al que agradezco enormemente que me enredara, sobre todo por lo que lleva implícito de admiración y recompensa hacia mi padre que bien lo merecía. De él – y de mi santa madre– lo aprendí todo o casi todo en la vida. Por ello, en este libro quizá no haya puesto demasiado… Tan sólo el corazón… ¡Es lo máximo que le podía poner!
Mariano Velasco
Conocí a don Julio Maroto una tarde del caluroso mes de agosto de 1991; en un tiempo en que ya los años le comenzaban a pesar. Los míos, en cambio, eran demasiado vagos como para haber alcanzado el suficiente equilibrio entre la osadía de la juventud y la más adecuada tolerancia y serenidad. Sin embargo, contra toda lógica, empatizamos desde el primer momento hasta lograr alcanzar una relación que podría calificarse de respetuosa y sincera amistad. Decía Marcos Ana, el poeta que más tiempo pasó en las cárceles franquistas, que «… la felicidad no consiste en que sobre la comida, tengas un coche, un buen estatus social, ganes dinero o compres cosas, consiste en que no te falte un proyecto de vida y puedas compartirlo con los demás». Pues eso es lo que siempre tuvo don Julio Maroto, un proyecto de vida, claro y diáfano, que compartir con los demás. Y tuve la suerte de poder vivir con «el maestro» que por encima de todo siempre fue, una parte muy importante de ese proyecto de vida. Precisamente aquella que a través de estas páginas hemos querido rescatar y exponer. Vaya con ellas un nostálgico recuerdo
hacia el maestro que supo amar y defender la naturaleza —don Julio Maroto—, con mi mayor respeto y admiración.