Su cabeza siempre ha estado llena de historias. Desde que era muy pequeño. Apenas sabía decir algunas palabras con lengua de trapo y ya inventaba juegos que eran cuentos, cuentos que se hacían juegos. Pedro Caballero Lucero, habitante de Botorrita que nació en Zaragoza. Fue en la primavera de 2007, y desde bien temprano su mente imparable empezó a imaginar.
Supo leer y escribir pronto, muy pronto. Una familia «de no quedarse en casa» y una pequeña escuela rural de pocos niños y mucha cercanía le dieron las primeras herramientas. Luego, en Zaragoza, un nuevo colegio le ayudó a ensanchar su horizonte de amistades y fantasías. En ese centro, más grande pero igual de amable que la pequeña escuela de Botorrita, a la vez que cumplía con sus obligaciones de pequeño estudiante, Pedro idea¬ba incontables aventuras con las que jugar y divertirse con sus nuevos compañeros. Imposible saber cuántas historias ha inventado en esos seis cursos vividos en el CEIP Doctor Azúa. Allí nació la amistad con esos topos, protagonistas de esta novela, que escribió cuando tenía diez años. Fue en quinto curso. Tenía la cabeza inquieta, y cada día llevaba a casa un montón de papeles garabateados con mala letra y dibujos incomprensibles. Y tenía, sobre todo, unos buenos compañeros. En alguno de esos papeles debió imaginar a los topos por primera vez, y empezó a contar sus aventuras. Esta novela nos descubre una de ellas.
Atrás quedó el colegio, ahora es tiempo de instituto. Pedro sigue enmarañando papeles durante las clases y, lo que es más importante, manteniendo su amistad con los topos. La banda sigue unida. Pedro disfruta del lujo de tener buenos amigos. Y su cabeza piensa nuevas historias que contarnos.