Cursé mis estudios primarios entre Córdoba, donde nací un caluroso día de julio de 1957, y Colonia, Alemania, donde residí hasta 1988.
A principios de los años 60, mi padre tuvo que emigrar al extranjero para paliar la precaria situación económica por la que pasábamos, al igual que la mayoría de los españoles. En 1965, la familia se reunió de nuevo en Aachen (Aquisgrán), Alemania, donde vivimos durante dos años.
En 1970 nos trasladamos por segunda vez al país teutón y, enseguida, mi padre nos inscribió en la escuela española. Mi maestra, Frau Vidal (señora Vidal), debió ver algo especial en la forma en que escribía mis redacciones, pues no tardó en darme un cuaderno en el que debía escribir historias. Una vez terminadas, por algún motivo que nunca entendí, debía devolvérselas.
Desde siempre he tenido cierta facilidad para plasmar situaciones sobre el papel, y la lectura siempre me ha seducido. Con quince años leí El Quijote, y fue tanta la irritación que sentí al terminarlo que decidí leerlo de nuevo.
El teatro, el cine y la pintura son otras de las pasiones que han estado siempre presentes en mi vida. De hecho, durante diez años, en Alemania, representé obras de teatro para la colonia española en la ciudad en la que vivía.
De vuelta a España, me instalé en la isla de Mallorca, donde aún resido, y comencé a trabajar en la hostelería. Las tardes y noches en una recepción pueden ser muy largas y aburridas, y la mente de un escritor nunca deja de maquinar historias deseando ser plasmadas en el papel. Así nacieron las primeras páginas de la aventura de don Rafael Cáceres Sandoval.