Un día mi hermana me reveló un secreto que acababa de descubrir. Yo tenía seis años. Me cogió de la mano y me llevó al salón. Abrió la puerta de cristal de la platera. Cogió una jarra de porcelana, retiró la tapadera y, de su interior, sacó un rollo de hojas arrancadas de una libreta. En ellas mi madre había escrito unos cuantos poemas. Hablaba de nosotros y de mi padre. De cómo se sentía. Después de enseñármelos, mi hermana cogió una tetera y sacó otro rollo. Luego un pequeño jarrón, un azucarero y otras piezas. Todas guardaban rollos de hojas de libreta. Aquella vajilla preñada con la poesía de mi madre encendió algo en mí. Creo que desde ese día quise ser escritor. Este libro es, en parte, producto del descubrimiento de la afición secreta de mi madre y del tiempo que un acontecimiento inesperado me regaló. En las navidades de 2017 viajé a Presevo, en el sur de Serbia, muy cerca de Kosovo, para servir comida y repartir ropa en un campamento de refugiados.
Una semana después de regresar de mi viaje, el 12 de enero de 2018, salí a correr como todas las tardes. Iba distraído recordando las dramáticas historias de la gente que había conocido en el campamento. Algo se rompió en mi cabeza. Aquel lugar era una especie de almacén donde guardamos la carne de los que no tienen permiso para fantasear con la remota posibilidad de ser dignos habitantes del mundo. La imagen de las largas colas para conseguir un poco de arroz y una pieza de fruta, los sórdidos barracones con literas, me hicieron perder la atención al tráfico y un coche me atropelló mientras cruzaba un paso de cebra. Me rompió la rótula en tres trozos. Tuve que quedarme sentado en el sofá un mes y medio con la pierna escayolada. Mientras esperaba a que me soldara el hueso escribí este libro. Digamos que él ya cumplió su papel: ayudarme a arreglar lo que se había roto en mi cabeza, la convalecencia por mi accidente interior.
Sin embargo, no quería dejarlo escondido en una jarra de porcelana. Siento que esa no hubiera sido la mejor forma de darle las gracias a mi madre por sus poemas escondidos, por toda la ilusión que nos inspira con su alegría, con sus palabras dulces y su incansable lucha.
Así que aquí está.