Me presento sin títulos ni formaciones que puedan embellecer mi persona. Me crie en una familia de diez, contando a mis abuelos paternos. De mis padres aprendí las cosas más importantes, y no me refiero a andar, a leer, o a comer solo. De mis padres aprendí los valores. A ser considerado, respetuoso y amable. Y se lo tengo diariamente agradecido.
Éramos una familia humilde, y vivíamos en una situación en la cual no era posible satisfacer las necesidades de cada uno de mis cinco hermanos. Me crie en el seno de una familia pobre, trabajadora y luchadora del sector primario, donde trabajaban tanto que apenas tenían tiempo para inculcarnos las tareas del colegio. No obstante, recuerdo que desde bien pequeño me pasaba el día en la pequeña biblioteca del pueblo, me deshacía leyendo cualquier cosa. Cuentos, relatos, historia. De hecho, no me gustaba nada estudiar, pero si leer a mi libre albedrío. Cuando iba al colegio, me daba cuenta de que no era igual que los demás, en cuanto a la educación recibida y el ambiente en el que me movía. Estaba convencido de que cuantos más estudios se tuviera, y cuanto más exitosos fueran, más cerca se estaría de ser una persona con cualidades, para así poder llegar a conseguir cualquier propósito en la vida.Hoy sé que no es así: a mi parecer, te hacen creer que en los estudios está el poder para alcanzar tus metas. No lo comparto, pero tampoco lo cuestiono. Pero de lo que sí estoy seguro es de que para poder llegar a ser alguien reconocido, en cualquiera que sea su propósito, no tiene por qué estar decorado con diversos títulos universitarios. La persona no está hecha para la cantidad, sino para la calidad.