La joven Marta se ve penosamente desahuciada de su casa de alquiler y obligada a una rápida mudanza. En la nueva casa se instala con su compañero de cuatro patas y lidian con los vecinos de abajo con trastornos mentales, a los que se enfrentan verbalmente día sí y otro también.
En los avatares de su estancia profundiza en su universo interior para encontrar respuestas a ciertas brechas emocionales en las relaciones laborales y personales.
Su interioridad llega a una fusión de tanta intensidad verbal que podría parecer hasta carnal y física. Una fusión que coincide con la pandemia, que la obligará a buscar otra vivienda, y con la pérdida de su padre.
El surf y la meditación la ayudan en todo el recorrido de la novela, que va descubriendo tanto la dispersión de los tiempos y la propia decadencia como el oscuro poder de las palabras y el río misterioso de su discurso.
Al final de la historia consigue sobrevolar los obstáculos para vivir su sueño como decoradora de interiores, con una lectura que desvela el misterio de la eficacia narrativa, observando que «lo que está bien contado es igual que si fuera verdad.