Durante años, Nina no pudo entender lo que sentía, continuas fantasías la perturbaban. Imaginaba unas manos que paseaban por todo su cuerpo, haciéndola estremecer con sus caricias, y cuando por fin conseguía abandonarse, veía su cara… ¡Era una mujer!
No quería pensarlo, sin embargo, era una idea recurrente en la que se refugiaba buscando bienestar y se sentía culpable por ello, luchando encarecidamente con ella misma y contra todos los valores que le habían enseñado. Aquellos sentimientos no estaban bien y no los podía aceptar, pero, ya en el colegio, la presencia de la señorita Maribel, su profesora de Literatura, la perturbaba; su respiración se aceleraba y se le trababa la lengua. Su atracción por ella era una certeza, y una voz en su interior le decía que esa era su naturaleza.
Se asomaba a la vida descubriendo nuevas sensaciones: su primer beso, sus primeras caricias…, y no quería sentirse diferente. Por esta razón, lo negaba y actuaba como si se tratara de amistad, aunque eran tantas las pistas, que había que estar ciega para no verlas…