«Pum, pum, pum…»
»La bordadora parecía quedar presa entre los palos del bastidor y el telar delante de ella.
Sobre el mismo se dibujaban aquellos diminutos bodoques que, junto a otros iguales a él, configuraban una hilera de círculos que bailaba haciendo curvas y que simulaban olas enredadas sin principio ni fin, creando una jareta preciosa que iba apareciendo bajo los dedos de aquella incansable y pulida mano, cuya presencia su dueña se empeñaba en perpetuar a través de un minucioso y perfeccionista bordado.
»En el silencio de la siesta, con el sudor recorriendo los pliegues de los moños linchados por multitud de horquillas de las muchachas, solo se escuchaba el dulce tamborileo de la aguja sobre el bastidor: pum, pum, pum…»
En la inmensidad y anchura de la vida, el ser humano debe enfrentarse al capricho de su suerte adaptándose a las circunstancias que le toque vivir con la ayuda de las herramientas que posea. En el inmenso mar de nuestra existencia, cada ola alcanzará la orilla apoyándose en movimientos, empujes, vaivenes y caricias del viento. En la novela que tienes en tus manos, un moderado oleaje romperá delante de tus ojos, aportándote, querido lector, una fuente de agua fresca que te ayudará a abandonar el anquilosamiento de tu pasado y a entender las vidas y circunstancias de otras generaciones: olas de hoy y de mañana. Olas que
cruzan el ancho mar bordándose a sí mismas con la espuma de mar y el abrazo del viento.
Cada una de las vidas que aparecen en esta novela —la de Tola, la de su nieta Lea, la de Arik, la de Amelia…— no son sino olas irrepetibles que pertenecen a la mar del ayer, del hoy y del mañana. Olas: agua de mar en forma de espuma que el viento acaricia y empuja y cuyo propósito de vida, paradójicamente, es morir en una playa. Olas que suben y bajan, que vienen y van, como la fina aguja atravesando el telar.