César es un hombre con fortuna dineraria, pero con el infortunio de ser atractivo para las mujeres, sin lograr —por circunstancias— alcanzar la meta de un amor permanente.
Dos personas de una desequilibrada edad, pues la balanza del tiempo transcurrido en ambos los separa siete años —ella 15, él 22—. A la temprana edad de Ángela, sus padres le prohíben tener relación con ningún muchacho; ya le llegará la hora. Cosa natural situándonos en la década de los cincuenta del pasado siglo, donde había que respetar la opinión y las órdenes del páter familia, aunque trabajara la joven y cediera su salario al débil funcionamiento económico del hogar. La fortuna llama a su puerta y acierta un número millonario. La capacidad de trabajo de César acrecienta sus cuentas bancarias. Crea elegantes refectorios y viaja por todo el mundo; sus relaciones amorosas son bellas, sentimentales, emotivas, pero lapsas en su continuidad.
Enamorado perdidamente de esa chiquilla, aún adolescente y prohibitiva, pierden contacto.
Pasados cinco años, tienen un nuevo encuentro; ya en la edad de ambos, apenas se nota la diferencia y en su apasionada juventud dan rienda suelta a sus íntimos sentimientos.
Por circunstancias, la familia cambia de domicilio y no se vuelven a ver.
César se ve impulsado a encontrarla, pero sin saber sus señas es imposible.
Por la ley que el destino impone a los humanos sin fecha ni lugar preciso, siete años después de su último encuentro y de forma fortuita, se vuelven a ver.
El destino es arbitrario y en la ruleta de la vida ofrece al azar ventura o infortunio.