Al lado de grandes pueblos y civilizaciones, la historia del pueblo de Israel puede parecer insignificante. No olvidemos que estos pueblos inventaron la escritura, el alfabeto; fueron grandes constructores; brillaron en matemáticas, astronomía; redactaron los primeros códigos legales; organizaron los primeros imperios, crearon las primeras ciudades…
Estamos hablando de un pequeño pueblo, pero que sigue vivo gracias a una experiencia religiosa que vivió, transmitió y dio origen a otras experiencias que están vivas y que siguen admirando el genio de unos antepasados que escribieron una «historia sagrada». Y nos legaron un monumento que ha perdurado vivo desde entonces: la Biblia.
Yahvé, el Dios tutelar del antiguo Israel, por ejemplo, no era célibe y tuvo una diosa a su lado durante mucho tiempo en el Templo de Jerusalén. En cuanto a los patriarcas, Abraham no era originalmente el abuelo de Jacob, no tenía a José como hijo. En cuanto a Moisés, es poco probable que haya existido en la forma y con los rasgos que se le atribuyen en la versión final
del libro del Éxodo.
Aquí vamos a tratar de explicar cómo se han ido formando esos libros que constituyen el AT, en qué épocas, qué reflejan y si lo que nos cuentan tiene valor histórico.