En los cerrados y sombríos bosques, cuando el crepúsculo va cayendo como un manto que poco a poco deja sentir el olor penetrante de la mandrágora…, aparecen las adivinadoras del destino, aquellas que son capaces de dirigirnos al que ellas desean que tomemos. Son expertas en la lujuria, en pócimas y brebajes, y se enorgullecen de haber entregado su alma al diablo. Son bellas y rápidas como el viento o el relámpago y mortales como el rayo. Su mayor anhelo es entregarse a la lujuria, bajo los vértigos de la hierba mora y otras pócimas que hacen de sus aquelarres funestas orgías de gozos y sombras. Son «las brujas». Brujas y brujos, misterios y leyendas van siempre de la mano, porque ante el escepticismo a la posible farsa de su existencia, las leyendas y los misterios de aquello que nos ha aterrorizado a lo largo de los siglos, nos lleva a la esencia del misterio. La gran curiosidad del ser humano por los conocimientos secretos empezó cuando se dio cuenta de que las fuerzas de la naturaleza eran más poderosas que él mismo, y trató de dominarlas. La brujería está anclada desde hace muchos siglos en la cultura. A pesar de las fuertes oposiciones de la Iglesia católica y de la ciencia, su práctica se ha impuesto desde siempre. El mundo que rodea y envuelve a la brujería es discreto y opaco… Asusta, pero al propio tiempo atrae… Una vez dentro, es imposible escapar de sus redes.