La vida de Mónica da un giro de ciento ochenta grados cuando recibe el diagnóstico de la neuróloga infantil del hospital Torrecárdenas: «Tu hija tiene el síndrome de Asperger». A la inevitable pregunta de qué es ese síndrome, la respuesta es demoledora: es la forma más benigna del autismo. A partir de ese momento va a remover Roma con Santiago para encontrar la mejor forma de abordar esta nueva etapa de su vida, que coincide con una salida, la de Diego, el padre de Camino. Mónica tratará que su hija sea feliz, sin darse cuenta de que eso mismo es lo que quiere Camino para su madre: que acepte su enfermedad con la mayor naturalidad del mundo. Ese es el desafío más importante al que se enfrenta: aceptar la enfermedad de su hija. Ambas desconocen que quizás haya alguien capaz de conseguir la plena felicidad de todos.