Este libro es el resultado de unas enormes ganas de volver a pasear por el mundo de la poesía, no solo como lector sino escribiendo, después de un pequeño paréntesis de varias decenas de años. Como a estas alturas me acomodo con facilidad en una zona de confort y sé que solo los grandes retos me motivan al esfuerzo, me impuse tener la osadía de enfrentarme a un lance totalmente novedoso, atreviéndome con modelos clásicos de versificación no precisamente fáciles, como el soneto, la sextina o el romance. Me sedujo escribir como si los poemas hubieran sido escritos en otra época, una aventura parecida a abrir la ventana y contemplar paisajes de otros tiempos, evocando amorosamente aquellos poetas que leía en mi juventud, rindiéndoles de paso un sentido homenaje de gratitud. Cruzando puentes, me he deslizado suavemente por la poesía japonesa: El haiku y su capacidad de comunicar con aparente sencillez, que no simplismo, el instante, la emoción que siente el poeta al contemplar un momento. “¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?”. Jorge Luis Borges (premio Miguel de Cervantes 1980).
El tanka y su complejo atractivo, al expresar distintos pensamientos relacionados entre sí, con la fuerza de la brevedad. “Es grande el cielo y arriba siembran mundos. Imperturbable, prosigue en tanta noche el grillo berbiquí”. Octavio Paz (recitado en su discurso de aceptación del Nobel 1990). El encanto del Haibun, armonizando un relato corto con haikus o tankas vinculados a la narración, resultando una composición literaria que permite disfrutar al tiempo de prosa y poesía. Citando a Joan Maragall, tengo el anhelo de que el grano me permita recuperar la espiga y que este libro sea el principio de una experiencia que sin renunciar a nada, me lleve a explorar nuevos entornos, descubrir otros instrumentos, dejándome llevar por mis intuiciones, con la ilusión de reconocer mi propia voz.