Caprichos Goyescos I. La realidad nos va transformando al mismo tiempo que nosotros la transformamos a ella. Somos actores de sus designios. Nos señala con el dedo qué hacer y qué no hacer. Pero alguna vez uno puede llegar a colgar el ‘hacemos’ en un cartel, y quedarse sentado en el banco de la estación esperando al metro imaginario, al tranvía prometido o al trolebús soñado. Contar el tiempo con el reloj cónico de la mentira o comer una banana podrida al ritmo de una hormigonera. Retirarse al destierro con los apátridas o chiflar la última canción del Bio Rock Music Group… Sacar brillo a la necedad instalada en los pasillos del poder o pasar unas vacaciones pelando aguacates en Chinandegas. Contar las vueltas de un tango interminable o enloquecer ante otro ‘- ¡¡come on baby!!’. Mirar al sol haciendo eses en el cielo o predecir cuándo la luna dejará de obedecer las leyes del Tío Kepler… Las opciones parecerían incontables. Y es aquí donde surge otra alternativa posible: irse a la orilla de un río o a la playa más cercana, tumbarse allí tranquilo y leer sin prisa este librito que aquí se referencia. Seguro que no le defraudará… Como si de un frasco de perfume concentrado se tratase, ¡lléveselo y disfrútelo!