“El Faro, altivo y fiel amigo, vigía
de nuestras noches y madrugadas,
sumiso a nuestros secretos, testigo
y guardián de tantas pasiones y
amores”.
Me asomé al majestuoso y, desde
su bajamar, mi playa me invitaba a
deambular entre sus rocas y lagunas.
Vi en ellas reflejos de mi alma.
Estaba presenciando algo único y
maravilloso que solo me ofrece este
rinconcito de gloria, algo que me
transportaba y me daba la paz que
mi mente y mi cuerpo necesitaban.
Lanzar una piedrecilla en el agua
arrinconada entre las rocas, escuchar
el “plaff” pausado y viajar
lento en cada una de las burbujas
que ondeaban en su caída.
Puedo ver los camarones observándome
con sus bigotillos,
alguna hortiguilla adosada a las
rocas meneándose lentas e
insinuosas con sus colores entre
verdes y morados.
¡Vive un mundo maravilloso en
estos rincones!
Me fascina el olor del verdín, del
musgo, el olor del agua, el aroma
que hay en el aire, en un solo bahío
te transporta, te eleva y te hace
perder la noción del tiempo.
Los chipioneros y chipioneras
estamos hechos de salitre y yodo.
Necesitamos este mar como el
aire que respiramos. Privarnos de
todo esto sería como arrancarnos
el corazón de cuajo.
Un paseo que te hace sentir vivo.