Me gustaría que el libro fuera como la fachada amplia de un edificio, con múltiples ventanas por las que pudieran entrar todas las sugerencias y reproches de los lectores, respecto a errores y desaciertos, para poderlos corregir a gusto de la mayoría de los sugerentes, llegando de esa forma en las mejores condiciones de
comprensión y análisis realizados.
Han sido, son y serán los libros los cimientos o pilares sobre los que se ha edificado el «bastión» de los conocimientos, el soporte del progreso en todos los órdenes, y materia prima para la cultura y la libertad del ser humano. Sin ellos, volveríamos a la época cavernaria.
Esa es mi única pretensión, que aquellos usos y costumbres no queden en la página del pasado sin referencia ni recuerdo alguno para la posteridad.