África, particularmente la Subsahariana, suscitó y suscita hoy la atención del mundo dada la situación de inestabilidad de sus sistemas políticos, los recientes y constantes golpes de estados, la pobreza y la fragilidad de sus sistemas democráticos.
La actual tensión entre los tiempos modernos, el neocolonialismo, la fragilidad de sus instituciones y la corrupción, que denigran y retrasan su desarrollo, son de gran relevancia. Y, por ende, es una necesidad imperiosa el fortalecimiento de la calidad institucional, la buena gobernabilidad, la revolución tecnológica con reformas educativas integrales. Un gran reto dentro de sistemas de gobiernos militares, flagrantes, con golpes militares constantes,
usurpaciones del poder por medios violentos de manera sistemática; y aunque en la mayoría de dichos países se celebren elecciones con regularidad, aquellos sistemas siguen siendo endebles porque es una senda engañosa. Sin embargo, se da la curiosidad de que dicha inestabilidad, fragilidad y autoritarismo surgen dentro de supuestos sistemas democráticos. De aquí la pregunta: ¿cómo nacen las dictaduras dentro de nuestras democracias? Es todo un reto.
Nuestras democracias no nacen de debates ideológicos o políticos, de revoluciones sociales o de una deliberación del efervescente espacio público cívico africano, tampoco de un producto orgánico de luchas de políticas locales,
sino de una imposición ideológica colonial que denigró toda la autenticidad del ser y los valores africanos. En efecto, el carácter del sistema mundo del siglo XXI exige y requiere una verdadera liberación del sujeto (africano negro) y una reivindicación de las libertades humanas desde el poder cultural, político y económico de aquellos pueblos que fueron oprimidos, explotados y esclavizados, para así generar nuevas perspectivas y formas de conocimiento fuera de los antiguos estándares eurocentristas y de aquellos gobiernos africanos.
El desafío es y sigue siendo enorme, pero, sin embargo, nuestra riqueza, nuestros elevados recursos económicos, nuestra cultura y educación, deberían ser uno de nuestros antídotos que salvaguarden nuestras democracias,
y no al revés.