Cuando una vuelve al lugar donde fue feliz, el corazón se sienta cerquita de la nostalgia y esta le pasa el brazo por los hombros, aunque hayan pasado los años y una no ubique la fuente en esa plaza, ni sepa con exactitud qué mesa ocuparon en el restaurante o si aquella tienda ya estaba en aquella época.
Mientras se pasean las calles, las aceras, la cuesta que sube a la iglesia…, una tiene la impresión de desandar recuerdos no físicos que parecieran asentados en esa tierra que sin reconocerte establece emociones. Pero los recuerdos no duelen gracias al alivio del tiempo. Se sienten quizás melancólicos, pero no porque visitarlos aflija, sino porque es triste mirarlos con estos ojos, por diferentes, con los que se vuelve.
Retroceder en la memoria es a veces concurrir en lo que se es y en lo que se ha sido, y en esa apreciación es cuando valoras, consideras, estimas… que merece la pena.
Y escribir también es un viaje, un regreso que siempre valdrá la pena. Es bonito volver y contar los vestigios de nuestra historia.
Las palabras saben abrazar, mecer, rescatar una sonrisa, un adiós…
Cómplices del sentimiento, ellas, como la vida, son quienes me traen y me llevan.