La corrala ibérica es un osario de sueños rotos, un país de opinadores y porteras a cuyo lado la entrañable portera de André Gide es Aristóteles.
La España a saldo del relicario, hemipléjica, cazurra y totalitaria, no da más de sí. La crisis económica, aunque cien años dure, pasará. La institucional, está por ver si arrambla con la escombrera. La Hispania de las necedades tiene una cita con el destino, y o mucho varía su rumbo, o mucho me temo que el guión no va a terminar con un beso.
Espagne surréaliste, experiencia chill out, gusanera nacional de rufianes, país de trileros, trincones, chaperos del poder, mamporreros y besahuevos. La España de los mamelucos es un país de súbditos desahuciados resignados a la desesperanza y abandonados a la misma perra suerte, pero con distinto collar, de los desheredados.
Como García de Cortázar, me pregunto hasta cuándo esta España inacabada contra sí misma. Lo mismo estamos asistiendo a la Tragicomedia de España. ¡Mater dolorosa! (Álvarez Junco). Pobre Spain, pueblo de sublevaciones y toros, como diría Silvela. Como en otras etapas oscuras de la Historia, a la sombra del descabellado toro de Osborne vuelven a correr malos tiempos para el periodismo burlesque. Celtiberia show (Carandell).
Mientras el 12 de octubre sigan desfilando por el Paseo de la Castellana veteranos de la Columna Leclerc y de la División Azul, falangistas y republicanos, franquistas y maquis, seguiremos teniendo una España de cada bando, lanzándose guijarros con el tirachinas de una a otra ribera del Ebro, con la asignatura de la reconciliación nacional todavía pendiente, sujeta a un nuevo revisionismo a la luz traicionera del discurso identitario y de una arquitectura etnocéntrica.
Claro que siempre nos quedará la irreverente cabra de la Legión, dispuesta a mearse irrespetuosamente a los pies del catafalco de autoridades de la madrileña Plaza de Colón al cierre del desfile marcial del aciago Día de la Hispanidad. Cualquier cosa menos desenfundar de nuevo el espadón y exhumar el cadáver de Espartero.
Lo malo no es que tengamos una clase política que no está a la altura de las circunstancias pero a la que tenemos que aguantar como animal de compañía; sino que la que no esté a la altura sea la sociedad civil. Qué pena, como se lamenta el compungido Le Bon, que las multitudes (la masa ignota) no hayan conocido jamás la sed de la verdad.
España, como dejó escrito Umbral, es ese pueblo que está a mitad de camino entre Napoleón y Manolita Malasaña, la novia de Velarde; entre Goya y Esquilache; entre el Barroco y el misticismo; entre Churriguera y Juan de Herrera. ¿España? ¿Y eso qué es lo que es?
Elegía a la España de las alucinaciones. No habrá quién te llore cuando hayas muerto.
España, de cuerpo presente: entre todos la mataron y ella sola se murió.
La fabulación de Iberia. España en el laberinto, en paradero desconocido, cambia de hora pero no de vicios. España, simulacro de país -¡qué país!-, ni está, ni se le espera.